miércoles, 13 de enero de 2016

Mujeres que viajan

Hay mujeres que viajan mucho.
Algunas, muy jóvenes aún, empiezan a hacerlo con un bebé en brazos, como huyendo de algo o de alguien. Luego, solo un poco más adelante, siguen viajando pero ya de forma distinta. Son mujeres que, en contraposición con la mayoría, convierten su vida en una excursión interminable.

En una ocasión me hablaron de una que, al parecer, batió todas las marcas conocidas desde que se estableció el RGU (Registro General Unificado) que, como todos sabemos, está ubicado junto al Museo de Pesas y Medidas de París, donde se conserva el famoso metro de platino e iridio y el péndulo de Foucault.
Lo que me dijeron de ella estaba próximo a la fantasía. Cuando escuché su historia no pude evitar imaginarla parecida a Maddalena Paradine, aunque, evidentemente, era imposible que fuese tan mala y atractiva como ella.
Sabemos que la Sra. Paradine estuvo en Estambul, Atenas, El Cairo... (ella misma se lo dijo a su abogado) y, también, somos conscientes de su estancia en Londres. Sin embargo, hay mujeres que viajan aún más, como la que, según me contaron, alcanzó un récord mundial no superado todavía.

No parece haber unanimidad es en los motivos de tanto ir y venir por todas partes. ¿Qué buscan?, ¿de qué se esconden? Es difícil saberlo. Lo más probable es que, una vez que han superado el nivel de delirio, no saben, no pueden parar. Y, como casi nadie es capaz de seguir su desenfrenado ritmo, viajan solas... o con compañeros ocasionales, con los que no suelen repetir más que en situaciones muy concretas (como lo hiciera la ya mencionada Maddalena - antes de convertirse en Sra. Paradine - con aquel hombre mayor, cuando ni siquiera había cumplido los dieciséis años).

Los que, por un motivo u otro, hemos tenido una vida con frecuentes viajes, sabemos que su exceso es cansado, muy cansado; así que estas mujeres acaban convirtiéndose en una especie de 'holandesas errantes' (con independencia de su nacionalidad o lugar de nacimiento), condenadas a una eterna existencia errabunda. No siempre por el mar, claro.

Viajan con poco equipaje (es una de las normas capitales del viajero profesional) y no es infrecuente que lo abandonen aquí o allá, quizá con la esperanza de volver algún día a recogerlo... o con la expresa intención de ir dejando su impronta diseminada por todas partes. Y, desde luego, no se limitan a viajar a través de la geografía, sino que lo hacen en todas las dimensiones imaginables, incluidas las emocionales y sentimentales, ya que estas travesías pueden ser mucho más rentables y no necesitan de medio de transporte alguno.

Pero, con todo, lo que más me impresiona de estos personajes es lo que me aseguraron que acaba pasando cuando traspasan los límites de la razón. Al menos, es lo que, por lo visto, sucedió en el caso de la recordwoman antes mencionada: terminan convirtiéndose en su propio equipaje. Ellas y sus maletas se funden en una simbiosis absoluta, perfecta, permanente. Y, de esta manera metamorfoseadas, continúan vagando por el cosmos sin darse tregua ni cuartel, alternando búsqueda y ocultación en un mismo movimiento, ya alejadas para siempre de la realidad a la que pertenecieron en algún lejano y primitivo día de su ajetreada historia.

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