lunes, 17 de mayo de 2010

Tres pecados y medio

Hace mucho tiempo que creo necesaria una severa revisión de los pecados capitales.
El motivo de mi opinión es de orden meramente práctico. No quiero, por tanto, poner en tela de juicio la magnitud intrínseca de unos pecados que llevan establecidos demasiados siglos como para que un advenedizo, como yo, los cuestione. Tampoco pretendo, ni mucho menos, cambiarlos, que para eso doctores tiene la Iglesia.
Mi intención es más modesta. Sólo propongo agruparlos, en función de su grado de relevancia en el comportamiento humano.
La verdad es que siempre me he preguntado por qué se consideraba pecado alguna conducta que más me parecía una penitencia que se infringía a sí mismo el propio pecador, pero debo reconocer que también hay "placeres" que yo catalogaría como castigos, así que tenemos que suponer que la contradicción es consustancial a la naturaleza humana.
Lo que yo sostengo en mi tesis, es que hay unos pecados que, con independencia de su posible perversidad (que yo valoro de forma muy diversa), son, en realidad, los motores del mundo.
Gracias a estos pecados, que diría un cínico, la sociedad se mueve. También hay virtudes, claro está, que producen efectos en la vida de la humanidad, pero son menos eficaces y no están tan arraigadas en la conducta habitual de los hombres.

Por eso, yo dividiría los pecados capitales en dinámicos y estáticos. Entendiendo por dinámicos aquellos capaces de explicar una conducta humana activa, susceptible de mover voluntades y justificar comportamientos... incluso aquellos que son, a todas luces, injustificables.
Sólo hay tres pecados que mueven el mundo: avaricia, soberbia y lujuria. Y por este riguroso orden.
Otros tres son pasivos, estáticos: pereza, gula y envidia. Este último, el pecado de los tontos.
Pero me queda uno algo complicado de catalogar: la ira. Pecado del que me niego a aceptar que sea un defecto, porque es, en realidad, un exceso.
La ira sí mueve el mundo. A veces, notablemente. Pero no es un fin en sí mismo, como los tres grandes motores del universo, sino una consecuencia o un medio. La ira es violencia y, por lo tanto, dinámica, pero nadie en su sano juicio tiene por objetivo la violencia.

Las agencias llevan años explotando la tendencia de los hombres al pecado. El consumidor, como tal, no es ajeno a ella. Desde sus más remotos orígenes, la publicidad comercializa de todo, menos ira. Afortunadamente, la violencia no vende. Pero el dinero, la vanidad y el sexo, sí.
Estos pecados, los que mueven el mundo, están bien vistos por la sociedad. Todos celebran a los que tienen éxito, a los que disfrutan del lujo y hacen ostentación del poder. Sin embargo, se desprecia a los poco diligentes, no se perdona la indolencia ni un apetito excesivo que no sea carnal.
Hasta la ira "con causa" está mejor vista que la envidia (que todos fingimos despreciar con afectada displicencia).

Puede que sea cierto eso que cuentan. Esa teoría que defiende que los tres pecados dinámicos han evolucionado. Que cada uno de ellos ha derivado en algo parecido, pero más poderoso que el original. El avaro ha dejado su espacio al codicioso sin escrúpulos. El soberbio se ha transformado en obseso del poder. Y la lujuria ya es un vulgar commodity.
Nuestra industria no es ajena a la realidad que nos rodea. Hemos aceptado la moneda de cambio universal, el lenguaje común que hablan millones de personas en todo el planeta. Apenas quedan unos cuantos ilusos que prefieren el honor a la gloria, el amor al sexo. Son aquellos que llegan de un mundo raro, son aquellos que cuando quieren saber de su pasado dicen, como José Alfredo Jiménez, una mentira: "Y cuando quieran saber de tu pasado, es preciso decir otra mentira... di que vienes de allá, de un mundo raro... que no sabes llorar, que no entiendes de amor y que nunca has amado".

Los tres pecados y medio que mueven el mundo gozan de buena salud... a pesar de la crisis. Siguen gustando, sólidamente unidos a una condición, la humana, cuya cultura desprecia al que no lucha con todas sus fuerzas por imponerse a los demás, adoptando las leyes del marketing como propias del individuo. Las licencias creativas, tradicionales en la comunicación publicitaria, se transforman aquí en eufemismos. Así, la avaricia deja de ser un desordenado afán de poseer y adquirir riquezas, para convertirse en "legítima ambición"; la soberbia no es considerada altivez, arrogancia, vanidad y sentimiento insano de superioridad, sino "orgullo noble y virtuoso"; la lujuria se disfraza torpemente de lo que nunca pudo existir en algunos corazones de cera, marca "Madame Tussauds" (muy utilizada en operaciones de cirugía estética espiritual), que se está imponiendo desde hace unos años a la tradicional silicona; y la ira no es ya otra cosa más que "energía positiva", de esa que impulsa, eso sí, a traicionar sin que tiemble el pulso, aunque sea enero en el calendario y en el alma.

¿Quién no se ha cruzado en la vida con una persona que reúna todos estos modernos poderes? El caso es que a mí me suena conocer a alguien cuya "legítima ambición", sustentada en un "orgullo noble y virtuoso", estaba llena de esa "energía positiva", generada por un genuino corazón "Madame Tussauds, modelo 761961".

Seguro que está en la cresta de la ola.