viernes, 26 de junio de 2015

El ego de la libélula

Es muy cierto que algunos animales no tienen una conducta egoísta. Muchas especies son verdaderamente sociales y sus individuos se afanan por defender y ayudar al grupo para alcanzar sus objetivos comunes.
Sin embargo, existen otros cuyo comportamiento es tan individualista que llega a límites muy extremos. Un caso bien conocido es de la llamada libélula egolátrica común.

Sorprende a propios y extraños que un anisóptero sea capaz de actuar en sociedad dando muestras de tener un ego tan desarrollado y, a la vez, tan habilidosamente camuflado.
Este orden de libélulas emplea, con una precisión extraordinaria, el método de la ilusión óptica para acechar a sus presas, proyectándose como objetos inofensivos y estáticos (pese a su constante movimiento) para atacar con rapidez, en un momento dado. Su pericia para mimetizarse con el entorno habitual de sus víctimas es parte fundamental de sus sofisticadas técnicas de camuflaje. 

De vuelo suave, lento y ligero, están dotadas de un instinto especial de orientación que facilita su tendencia a evolucionar en parajes ricos en recursos, dado que no son proclives a desenvolverse en ambientes menos productivos, en los que su desarrollo podría verse afectado de forma negativa.
Con todo, lo sorprendente de esta especie no es su capacidad depredadora (eso es algo común en muchas otras), sino su apariencia inofensiva, combinada con su asombroso apego por su propia individualidad. Si todas las libélulas tienen esa capacidad de detenerse y 'flotar' en el aire, sin aparentar esfuerzo, las egolátricas lo hacen, con más frecuencia, sobre los espejos naturales de esas aguas tranquilas que abundan en los antes mencionados parajes ricos... esas exclusivas y privelegiadas áreas que suelen contar con bellas y recoletas zonas, en las que esta infraorden de odonatas disfruta, hasta límites insospechados, con la contemplación de su propia imagen, reflejada en la pausada corriente cristalina sobre la que suelen permanecer adormecidas mientras baten sus alas.

Apenas comen, rechazando por sistema moscas, moscones y mosquitos, y concentrando tan solo su interés en piezas más sustanciosas, que sean capaces de nutrir su ego con las proteínas que demanda su ávida naturaleza.
A veces, al caer la tarde, parecen tristes por no brillar como luciérnagas en la oscuridad, pero es un estado pasajero, incompatible con la soberbia de un ego tan voraz que ha llegado a sustituir el apetito físico por el de un insaciable orgullo.

Así son estas libélulas: silenciosas, livianas, pagadas de sí mismas... y ególatras hasta la muerte.

martes, 23 de junio de 2015

Espejos parlanchines

No hace falta ser madrastra para mantener frecuentes diálogos con el espejo.
Hay quien lo hace por principio, como norma de comportamiento obligado, que viene muy bien para evitar las conversaciones con los demás y convertir los monólogos en, digamos, diálogos con alguien que suele estar predispuesto a dar la razón sin rechistar.

Es cierto que, a veces, los espejos nos salen respondones y se empeñan en contestar a determinadas preguntas con algunas impertinencias tan faltas de cortesía como, por ejemplo, mostrar nuestros defectos sin recato o, lo que aún es peor, recordándonos que nuestro comportamiento es absurdo, pueril o, al menos, inapropiado.
Y hablo solo de los espejos normales, porque los mágicos son todavía más peligrosos. Tienen la intolerable manía de decir la verdad de lo que ven y, a la habitual pregunta sobre la identidad de la más divina del reino, pueden soltarnos que nuestra proverbial belleza ya no es lo que era tiempo atrás.

Lo mismo puede pasar cuando la madrastra de turno interroga a su espejito encantado por la sensatez de su comportamiento. Por eso una avezada madrastra vocacional nunca hace esa pregunta. El riesgo es demasiado alto.
Ellas prefieren mantenerse vírgenes (es un decir) en su pureza de pensamientos, empeñadas siempre en esa breve y eterna lisonja que resbala sobre sus hombros y, a favor de la suerte, se hace rebelde ante los ojos ajenos.

Es muy probable que este motivo sea la razón por la que los espejos mágicos están de capa caída y vienen, de un tiempo a esta parte, siendo sustituidos por otros menos charlatanes y más obedientes. Un instalador veterano me comentaba hace unos días que hace años que ya no trabaja esta modalidad de espejos, porque no le resultaba rentable tener almacenado un género que no tiene mercado en nuestros días. Él ha superado esta crisis gracias a esos nuevos espejos, de dudosa procedencia, que tienen la virtud de distorsionar lo que reflejan y, sobre todo, la verdad, para devolver una imagen liberada de defectos físicos y complejos morales, evitando cualquier aproximación a una realidad que resulta molesta si lo que se pretende es justificar lo injustificable.
Parece que lo que ahora se lleva más (ya se sabe que las modas, los gustos y los sentimientos cambian mucho) son los espejos desafinados, en los que se interpreta una melodía emocional y suena otra muy diferente de la auténtica.

Pues eso, que las madrastras coronadas de soberbia sufren mucho.

martes, 16 de junio de 2015

Mi patria

Nunca he tenido muy claro cómo conceptualizar con acierto la palabra 'patria'.
Forjar una idea a partir de algo que parece concreto, pero que, en realidad, pertenece al mundo de los sentimientos, es algo que suele resultar tan complicado como entender el auténtico significado íntimo del honor (lo que menciono a guisa de ejemplo y no por su posible - o no - relación con el tema enunciado).

Hay una tendencia convencional a vincular patria y territorio, aunque es generalmente aceptado que el concepto 'patria' va más allá de lo que implica haber nacido en una tierra, en un pueblo o en alta mar.
Ya decía el viejo capitán del bergantín conocido como 'El Temido' (seguimos con los ejemplos) que su única patria era la mar. Otros enarbolan banderas de brillantes colores para encauzar sus emociones y tampoco faltan esos agnósticos (apátridas voluntarios), quienes consideran inaccesible para el conocimiento humano el significado final de lo patriótico.

Yo me siento ciudadano de unos cuantos sitios.... del Canal; de Alhama de Aragón; un poco, incluso, de Villaverde de Trucíos; y, sobre todo, de la calle de Fuencarral.
En todos ellos estoy en mi casa... pero, si a eso vamos, también me parece mi casa cualquier rincón del mundo. Viajar mucho es lo que tiene: conoces, entiendes, compartes... y acabas dividiendo el alma entre cuantos lugares han sido generosos con tu espíritu.

Sin embargo, pese a mi poca experiencia en la traducción al lenguaje vulgar de algo tan poderoso (y, relativamente, intangible), sí tengo, como la mayoría, un vínculo profundo que me parece muy próximo a cuantas interpretaciones he leído sobre lo que unos y otros entienden por 'patria'.
Los componentes afectivos, culturales, emotivos e intelectuales que conforman ese sentimiento tan potente y arraigado, están unidos, de forma indisoluble, con los años fundamentales de la vida de cualquier persona, esos en los que, espontáneamente, absorbes lo bueno y rechazas lo perjudicial, ayudando a la naturaleza a desarrollar tu capacidad para afrontar, siempre desde un punto de vista parcial y limitado, esa cosa tan abstracta e irreal que hemos convenido en llamar 'futuro'.

En este sentido, mi caso no es único, pero sí especial, como el de mis compañeros. Nosotros tuvimos la inmensa fortuna de pasar ese tiempo en un lugar excepcional: en la Colina de los Chopos, que diría Juan Ramón... o en la Colina del Viento, según la profesora Rosa Muro. Colina, al fin y al cabo, que domina con orgullo los antiguos Altos del Hipódromo.
Allí entramos siendo niños y salimos sabiendo muchas cosas, entre ellas, aprendimos que nunca hay que dejar de serlo (niño) y que la vida se engrandece, es cierto, con el conocimiento, pero más aún, con el respeto, la libertad y el compañerismo. 
Algo había en aquellas paredes, en esos enormes espacios abiertos, que te ensanchaba el alma. Subir a diario a la colina era peregrinar hacia un mundo interior más amplio, enriquecido por una fuerza misteriosa que nos sigue impulsando medio siglo después.

No entiendo demasiado de patrias. Tampoco percibo con nitidez la difusa condición que divide a los pueblos en razas, estados y naciones... pero no tengo la más mínima duda acerca de que la patria que yo llevo dentro es patrimonio del espíritu. Y está en lo alto de esa vieja colina que sube hasta Serrano desde la Castellana. Mi patria es el Ramiro.

domingo, 7 de junio de 2015

Álgebra vital

El origen etimológico de la palabra 'álgebra' nos lleva a una acepción más próxima a la reintegración que a la aritmética, de la que, dicho sea de paso, el álgebra se ha ido distanciando con el paso del tiempo.
A mí siempre me gustó el álgebra lineal, pero debo reconocer que tiene mucho más interés la que, de un tiempo a esta parte, viene siendo conocida en el mundo como 'álgebra vital'.

Esta rama del álgebra es antiquísima, pese a no haber sido estudiada en profundidad desde tiempos de Pitágoras y otros matemáticos clásicos (que tenían mucho de filósofos, claro).
El álgebra vital está basada en el número siete. Pero no por que a él se le atribuyan propiedades sobrenaturales o cabalísticas, sino por puras cuestiones técnicas.
Tras el siete, el principal número del álgebra vital es el seis. Casi todos los demás carecen de importancia.
Esto nos lleva a la conclusión de que el álgebra vital es un sistema binario, cuya trascendencia para el correcto funcionamiento del calculo infinitesimal de las emociones puede verse severamente afectado por el llamado 'silencio cósmico', que definiera Euclides.

Ya dijo Thales de Mileto que casi todo tiene una explicación racional y que, si no la conocemos, debemos buscarla. El problema que hoy se nos plantea ante las tesis de este filósofo, precursor de la geometría moderna, es el tradicional del álgebra vital: las explicaciones racionales que encontramos a muchas cosas no nos gustan nada.

Pero el álgebra vital tiene soluciones para estas difíciles cuestiones. Una compleja fórmula matemática, basada en una ingeniosa combinación de sietes y seises, suele ser suficiente para resolverlas. Aunque puede quedar sin despejar una incógnita, decisiva para la ecuación fundamental de la vida. Es la que los tratados algebraicos representan con la letra V (mayúscula) y que significa la voluntad del individuo por contribuir positivamente a la reformulación de los procesos vitales interrumpidos.

Pese a todo, es indiscutible que el álgebra vital es más complicada que la lineal, ya que en ella intervienen elementos poco susceptibles de encuadrar en teoremas y postulados. Por eso, resolver a diario ecuaciones vitales con varias incógnitas no solo resulta difícil sino, sobre todo, muy cansado.
Hasta el poco discutible Principio de Perogrul-lo puede llegar a ser agotador, aunque tiene una formulación meridianamente clara: (7+6) Vx = (6+7) Vy, siendo x un número negativo inferior a 4 9 2004 y manteniéndose y como una constante permanente.
Cualquier aficionado a las matemáticas emocionales sabe que es una ecuación muy sencilla y, a la vez, imposible de resolver, por incomprensible que parezca.

Y es que el álgebra vital es, a veces, tan rara que no hay quien la entienda.