jueves, 8 de enero de 2015

Las cuestas de enero

Es un grave error pensar que solo hay una cuesta en enero.
Enero es un mes lleno de dificultades. Las económicas, tras los excesos navideños, son notables, desde luego, como también lo suelen ser las relacionadas con los abusos gastronómicos y etílicos (que, muchas veces, están directamente vinculadas con las antes mencionadas). Pero hay más cuestas que subir en las primeras semanas del año.
Las peores son las que, de una manera oculta, estaban siendo preparadas, en silencio, por quienes llevaban años haciéndolas tan empinadas, para que no pudieran ser coronadas por escalador alguno.

Dicen que la maldad en enero puede llegar a alcanzar cotas insospechadas, acordes con la frialdad que, en estas norteñas latitudes, son habituales en los valores que nos muestra el mercurio.
Afortunadamente, en otros continentes están en verano, lo que, al menos, impide unir el frío externo con el del espíritu y actuar como podrían hacerlo los protagonistas de una novela de Truman Capote.

Son fáciles de comprender los motivos del instigador, por grande que fuese su histórica indignidad, pero hay algún otro comportamiento cuyo análisis profundo es muy difícil de sintetizar y, mucho más, de entender.
En cualquier caso, hay calvarios con cuestas tan pronunciadas que apenas es posible subirlas. Y si la madera de la cruz que se lleva a cuestas ha sido cortada por unas manos que pasaron por amigas, el sufrimiento es, aún, mayor.

Mi amigo Bahamontes era capaz de enormes hazañas montado en una sencilla bicicleta. Yo siempre le admiré por eso. Y el día que pude fotografiarme con él y estrechar su mano, me sentí extraordinariamente feliz. Con permiso de Eddy Merckx y Anquetil, yo le considero el mejor ciclista de todos los tiempos.
Pero hay cuestas que sí se le hubiesen resistido. ¡A él, que se había merendado el Puy de Dôme como si fuera un bocadillo de Nocilla! 
Claro que para esas subidas el corazón tiene que funcionar tan despacio que corre el riesgo de quedarse sin pulsaciones. Y cuando se tiene un corazón acostumbrado a latir (aunque sea a un ritmo tan lento como el de El Águila de Toledo), es imposible enfrentarse a subidas inaccesibles, colocadas a traición por los organizadores del tour de la vida, en una etapa a todas luces imprevista.

Y todavía hay más cuestas en enero, un mes que empezaba el día dos hasta que alguien, con evidente espíritu revolucionario, decidió retroceder en el tiempo para volver a cambiar el calendario y convertirlo en una mezcla de Nivôse y Pluviôse (pese a que el año de su renovada implantación empezó soleado, con el evidente fin de hacer más patente la confusión provocada). 
Pero son todas ellas de poca importancia comparadas con la que tan difícil es subir por las rampas del recuerdo.

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