martes, 21 de agosto de 2012

El lado oscuro

Fue George Lucas quien nos habló, en su magnífico universo de Star Wars, de los dos lados de la Fuerza.
Ya sabemos que Lucas se inspiró en viejas creencias y religiones, pero fue capaz de crear una realidad imaginaria tan extraordinaria que nos pareció diferente y única, aunque, como todo en esta vida, ya tenía sus precedentes.
El Lado Oscuro de la Fuerza es el elemento alineado con el mal, el odio, el resentimiento y la venganza. Al menos, eso nos contó Lucas, a través de su cinematográfica saga.

Sin embargo, no hace falta ser un Sith para adentrarse en los lados oscuros de la vida vulgar del planeta Tierra.
Huérfanos de las espectaculares fantasías de George Lucas, los humanos tenemos que conformarnos con nuestra más humilde galaxia, con nuestro pequeño y muy limitado rinconcito cósmico.
Parecería lógico que quienes estamos condenados a una existencia temporal tan concreta, utilizásemos nuestra voluntad para hacer la vida más luminosa. Yo creo, sinceramente, que la mayoría lo intentamos. Cometemos muchos errores, desde luego, pero, si los reconocemos como lo que son, no es difícil enmendarlos. El mayor problema, casi siempre, es el empeño de otros para convertir nuestras equivocaciones en armas arrojadizas, utilizándolas como vengativos instrumentos de combate.

El lado oscuro de las relaciones personales es el silencio. La palabra es luz y contra ella luchan denodadamente quienes se esconden en la madriguera silenciosa de su orgullo para no reconocer su parte de deuda, aunque ésta ya les haya sido condonada.
Quienes así deciden vivir, anatemizan el diálogo porque, para ellos, es el mayor peligro al que pueden enfrentarse. El modelo con el que trabajan suele consistir en crear un falso paradigma al que estigmatizar en la ventajista impunidad de un entorno de colaboradores necesarios y, a continuación, introducirse en las profundidades de la caverna del silencio, para devorar en ella los restos de la presa cobrada.

Pero quienes viven, permanentemente, en el lado oscuro tienen, también, que expiar su eterna penitencia. Sus inviernos son tan largos que ocupan las cuatro estaciones del año. Se han vendido tantas veces que ya no quedan platos de lentejas disponibles para nuevas transacciones. Y no pueden salir de la cueva sin que la luz de la verdad les haga daño, reabriendo sus dolorosas heridas. El alma se debilita con tanta oscuridad, llegando a producir en ella una fotofobia crónica e incurable.

Darth Traya no pudo superar la rebelión de sus lacayos y tuvo que exiliarse para siempre. Da igual si fue en una remota galaxia o en una lúgubre y oscura sima. Y todo por abrazarse a la traición como paupérrimo y erróneo recurso vital, por no encender la luz y salir de las tinieblas para encontrarse con la palabra ofrecida.

Hoy llora sin lágrimas, escondida en su lado oscuro.

sábado, 18 de agosto de 2012

Veranos malditos

Hubo un tiempo en el que los veranos empezaban el veinte de mayo y terminaban el cuatro de octubre, pero ya hace mucho de eso.
Eran aquellos años en los que el Canal tomaba en junio el relevo del Ramiro y Agustín, Puskas, Oswald y Gentes en General ocupaban el espacio que durante tantos meses había sido patrimonio de Momia, El Loco y otros compañeros.
Claro está que Mala Estrella y Paquito tenían una presencia constante, que también hubiese sido de El Catalán Silencioso, de no ser porque él solo vivió un año de coincidencia histórica de estas dos realidades.

El mundo, entonces, también era virtual. Como ahora. Sobre todo en verano. Facebook tenía otro formato, desde luego, pero, en esencia, era casi idéntico al que ahora hemos conocido. Excepciones, como Pumby, Ibáñez, Foca o su hermano Aíto, unían ambos universos. Pero eran las menos. Tal como hoy sucede con nuestras vidas.

Es curiosa la necesidad del ser humano de vivir varias veces, simultáneamente. Encapsulamos los amigos, las vivencias, los intereses y las actividades con una facilidad extraordinaria. Parece que cada uno tiene un papel que jugar en nuestro particular cosmos. Uno y nada más que uno. Un sexto sentido nos advierte de la importancia de no mezclar los mundos. Las mayores catástrofes personales han venido de este tipo de errores, en los que todos hemos acabado cayendo por culpa de una lógica irreflexiva o de una ética equivocada.

Pero muchos años más tarde, cuando la lejanía de la infancia nos iba haciendo olvidar los principios sagrados de la virtualidad múltiple, los veranos se redujeron. Alguien decidió que debían empezar el uno de julio y terminar el treinta y uno de agosto. Un error. Pero nada pudimos hacer por evitarlo. El destino, adoptando sus clásicas caracterizaciones de esfinge, sirena y cariátide, nos lo impuso con su rígido busto de mármol.

El pasado milenio no quiso morir sin castigarnos con su terrible maldición. Una maldición fraguada por Hefesto con el contubernio de su cómplice y antigua compañera que, transformada en Artemisa, lanzó sus flechas de bronce contra una pléyade de sentimientos desatados por el conjuro de las Moiras.
Veranos de tardes perversas, escritas sobre piedras blancas y blandas... bañadas por los acordes del humo de los barcos.

Fue la mayor de las Moiras la que nos envenenó con sus armas veteranas de tantas batallas y con su pócima, destilada en infinitos alambiques humanos.
Hoy se refugia en su oráculo marino, a salvo de delfines y tortugas. Una cortina de sal y de silencio esconde la mentira y escarnece la verdad.
Los veranos ya están malditos por siempre. Ni el Canal ni el Ramiro son lo que fueron. El Cuervo murió con más de cien años a sus espaldas y nada se sabe de don Pedro Galarraga...

Malditos veranos.