sábado, 5 de febrero de 2011

Miedo a la red

Pinito del Oro, la gran trapecista canaria que desafiaba la ley de la gravedad, pasó a la historia del circo por sus proezas sin red. Nunca la necesitó. Nunca la quiso para volar sobre la pista.
Eran tiempos en los que las redes eran físicas, materiales. Protegían a los que, menos valerosos que Pinito, querían estar seguros en todo momento. Metafóricamente, era sinónimo de protección, de tener las espaldas cubiertas.

Luego, la red se convirtió en otra cosa.
Primero fue algo novedoso, original, complementario... que pronto se volvió necesario, imprescindible, fundamental. Tanto para las empresas como para las personas. Hoy, unos cuantos años después de su irrupción en nuestro mundo, parece no existir la vida fuera de ella.
Pero existe.
Ya sé que es ocioso recalcar que las comunicaciones personales de este siglo están fundamentadas en tres pilares: telefonía móvil, correo electrónico e internet. Sin embargo, no podemos decir lo mismo de las comunicaciones comerciales y publicitarias, por mucho que todos nosotros nos empeñemos (que lo hacemos) en cantar odas al ocaso de los medios convencionales.
A lo largo de la historia, ninguno de los grandes medios de comunicación ha muerto por la aparición de otro nuevo. Prensa, radio, televisión... siguen bien vivos, aunque maltrechos por la crisis, desde luego.

Un amigo sabio me decía que en el amor y en la guerra hay que hablar con prudencia y obrar con audacia. Tiene mucha razón. También la tiene mi amigo cuando dice que, en otros campos, como, por ejemplo, en la política y en la publicidad, hay que hacer todo lo contrario: hablar con audacia y obrar con extrema prudencia.
Tal vez sea por eso por lo que los grandes anunciantes siguen dedicando la mayor parte de su presupuesto a lo convencional (aunque llamemos convencional, a veces, a cosas que nos animan a abandonar, definitivamente, la convencionalidad y convertirnos en revolucionarios radicales), sin despreciar, claro está, a estos nuevos medios que tan inquietos nos tienen a unos y a otros.
¿Miedo a la red? No lo creo. Más bien lo definiría como sentido común. Pragmatismo, necesidad de obtener un retorno de la inversión positivo a corto plazo...

Me llaman más la atención las personas físicas que rechazan las posibilidades de comunicación que tienen hoy a su alcance, gracias a las nuevas tecnologías. Conozco algunos casos interesantes y dignos de análisis. No acepto que sea un problema de edad. De hecho, muchos de los nuevos medios son más indicados para los mayores que para los más jóvenes. Sería como decir que el cine, por ser anterior a la televisión, debería tener una audiencia más envejecida.
Tampoco acepto, salvo excepciones, el argumento de la complicación tecnológica, ya que me refiero a una generación moderna y bien preparada, perfectamente capacitada para el mínimo esfuerzo técnico que requiere navegar en la red, por ejemplo.

Hay quien tiene miedo a la red. Gente actual, con actividad profesional contemporánea, que tiene vértigo ante una pantalla conectada con el mundo. Que rechaza las redes sociales aun a costa de limitarse personal y profesionalmente. Son personas que, sin embargo, salen a la calle, viajan, conducen un vehículo, hacen deporte, pagan con tarjetas de crédito... corren riesgos permanentes en su vida diaria y no se arredran ante ellos. Pero la red les da miedo. ¿Por qué?
Puede que sean las pinitos del oro del siglo XXI. Puede que a Pinito del Oro le diese miedo la red protectora cuando la veía desde lo alto de su inestable trapecio. Puede que eso fuera lo que la hizo tan valiente.

Yo lo dudo.