miércoles, 24 de agosto de 2011

Hamlet y Lady Macbeth

Pocos saben que, en un principio, estas dos tragedias iban a ser una sola.

La idea inicial de Shakespeare era que Lady Macbeth y Hamlet compartieran el protagonismo de una gran obra, impregnada de sentimientos de ambición y duda. En aquella historia original, Lady Macbeth, tras haber fracasado en su intento de ocupar el trono de Escocia, huía a Dinamarca bajo una nueva personalidad y allí, convertida en la dulce Ofelia, seducía a un Hamlet demasiado ofuscado como para darse cuenta de las verdaderas intenciones de quien acabaría siendo su verdugo.

Lady Macbeth estaba convencida, en la inconclusa obra de Shakespeare, de que el brillante príncipe Hamlet llegaría a ser rey de Dinamarca. Y eso era lo que ella quería: ser reina. Daba igual cuál fuese el trono (y, mucho menos, el rey que lo ocupase), lo importante era alcanzarlo. Lord Macbeth estaba prisionero en un remoto castillo escocés y nadie podría saber nunca en la lejana Dinamarca que aquella inocente Ofelia era, en realidad, la ambiciosa Lady Macbeth, cómplice de la desgracia de su codicioso marido.

Por lo que algunos estudiosos de la obra del gran autor inglés han podido saber, la tragedia era de un dramatismo extraordinario, destacando, en especial, la escena en la que la perversa protagonista consigue enloquecer al despistado príncipe de Dinamarca, haciéndole creer que su amor será eterno y se mantendrá más allá de la muerte.

En el tercer acto se desencadena la tragedia. Una conspiración se fragua en palacio, aprovechando la distracción de Hamlet con Ofelia/Lady Macbeth, y aparta definitivamente al príncipe de sus aspiraciones al trono, al que acaba accediendo el malvado Ildefonsus. Al mismo tiempo, llegan noticias desde Escocia: Lord Macbeth ha conseguido escapar de su prisión y se hace con una gran fortuna, traicionando al rey y vendiéndole a sus enemigos.
Lady Macbeth decide inmediatamente regresar a Escocia y dejar a Hamlet, desterrado ahora en una solitaria isla del Mar del Norte, sumido en el desconcierto y la duda.
Es impresionante el momento en el que Lady Macbeth recupera su auténtica y fría personalidad y le dice a Hamlet que Ofelia ha muerto y que ella debe volver a Escocia para estar al lado de su marido y de su hija, a la que aquél había repudiado años atrás. Desde la cubierta del oscuro barco holandés de dos mástiles en el que abandona el puerto, le jura a Hamlet que volverá con él y que pronto serán felices en un nuevo reino, allende los mares.

Hamlet se debate, durante años, en una terrible duda, negándose a aceptar la evidencia de la traición, pero Lady Macbeth, que al llegar a Escocia ha sido rechazada por su esposo (informado de lo sucedido mientras él permanecía en prisión), lo niega todo ante el altar mayor de la catedral de Edimburgo, y, como prueba de su fidelidad, envía en su siniestro barco a unos asesinos a sueldo para que acaben con la vida del dubitativo Hamlet, con cuyo célebre monólogo comienza el quinto y último acto de la tragedia.

Al parecer, nunca se encontraron las páginas finales de la obra. Hay quien dice que Shakespeare, presionado por algunos miembros de la nobleza británica, se vio obligado a abandonar la estructura de una tragedia que podría haber sido demasiado parecida a una historia real que no habría gustado a sus protagonistas. Pero también es posible que, algún día, aparezcan los versos que faltan. Me encantaría conocer el final. Y no descarto conseguirlo, con un poco de suerte. Si alguien lo conoce, que no deje de avisarme, por favor. Aunque ya se sabe que las tragedias son eso, tragedias. Y siempre acaban mal.

miércoles, 17 de agosto de 2011

Notte di Ferragosto

Calda la spiaggia e caldo il mare... cantaba Gianni Morandi aquel verano.
Es una noche dura. Ya lo era en los lejanos tiempos de Alhama, cuando Monárquicos y Republicanos luchaban por la supremacía local, bajo la displicente mirada de una efímera reina y su corte de torpes gigantes y violentos cabezudos.
Y es una noche larga. Dura un mes, aparte de sus prolegómenos, que empiezan a primeros de junio. En ella pasan muchas cosas. Demasiadas para los que tienen, como Morandi, un corazón que se resiste a enfriarse del todo.
Una noche en la que los que duermen, sueñan. En 2005, el departamento de investigación onírica de la universidad de UCLA publicó un estudio que defendía la tesis de que en esa noche se soñaba más que en todos los meses de invierno juntos.
Por lo que me cuentan, el informe tiene visos de estar en lo cierto. Comer, beber, amar... son prácticas habituales en agosto, incluso desde su primer día. Superado el sueño olímpico, se sustituye por ventiladores de techo que mueven lentamente el cálido aire brasileño. Y la patria chica de Cervantes, convertida en posada, mutila para siempre el alma de quien no está protegido contra la traición más feroz y despiadada. Tampoco faltan ciudades amuralladas previas, con almenas altas y puñales escondidos, llanto inmenso en lugares pardos o inútiles sorpresas insulares o cinematográficas en busca de lo que nunca existió. Hasta las fieras abandonan sus viejos aposentos o se vuela despacio sobre ellas sin apreciar la inmensidad de la sabana. Agosto es un mes en el que mueren amigos y madres.
Todo está programado en Ferragosto, menos el insistente pensiero de Gianni Morandi, empeñado en recordar lo que nunca fue más que una patraña muy bien organizada que todavía tendría que escribir sus páginas más amargas.
Hay quien asegura que es una fiesta, pero muchos, ya desde la Roma pagana, no encuentran en ella ningún rescoldo festivo. Felicidades, escribió el autor de la antigua canción en junio, e inmediatamente recibió un Gracias! con signo de admiración. Luego hubo algo más. Sin embargo, un mes después, el silencio más estrepitoso marcaba, de nuevo, la hostilidad hacia una época tan veraniega como peligrosa para quienes creen correr el riesgo de ser abordados por corsarios de bandera negra y amarilla. O, tal vez, fuera mejor decir que fingen creerlo, pues han tenido pruebas de que el inmenso arsenal acumulado y el arrojo temerario demostrados nunca serán utilizados en su contra.
Pero en verano todas la precauciones son pocas, que nunca se sabe... Así que Gianni no vio sentido a volver a escribir una palabra amable y sincera en Ferragosto. Seguramente, en esta ocasión el posible Gracias vendría sin signo de admiración. Y, sobre todo, vendría vacío y llegaría triste a su destino. Tan triste como su canción. Tan triste como esa interminable notte di Ferragosto que sigue sonando en medio de todos los veranos: ... anche se mi ripeto che l'amore non c'è... no perché se ci fosse un amore così come quello che provo questa notte per te... tu saresti con me.
Lo dicho, la eterna canción.