martes, 31 de enero de 2012

Pasión gitana

Ya sé que, con este título, sería más apropiado hablar de Carmen que de La Bohème, pero la que cumplía cien años era la ópera de Puccini. El Teatro Real no llegó a tiempo del centenario y hubo que colocarlo entre escenarios de zarzuelas y cines remodelados, con la extraordinaria aportación de un Joaquín Cortés que estaba en su mejor momento.

El gran Giacomo no quiso poner música al que debería haber sido el tercer acto de la ópera, en el que los bohemios improvisaban una fiesta al aire libre con los enseres de Musetta, desahuciada por su celoso protector. Tal vez le pareció que alargaría demasiado la representación. Sin embargo, a muchos nos falta ese acto, escrito en el libreto original de Illica y Giacosa, que explica algunos detalles que, sin él, quedan poco claros en la ópera.
El salto producido en las relaciones de Rodolfo y Mimí entre el Café Momus y la aduana de Enfer resulta demasiado brusco sin haber conocido lo que sucedió en aquella ignota fiesta, cuyo argumento nos daba significativas pistas acerca de la personalidad de sus protagonistas.

Es algo que pasa a menudo. Entre las primaveras prometidas y los inviernos crudos faltan razones de peso, escondidas y, algunas veces, olvidadas. En el caso de Mimí fue un vizconde conocido de Musetta, que no aparece más que en el acto fantasma de la obra.
Joaquín Cortés quiso rescatarlo un día más tarde, pero fue en vano. El invierno llegó, finalmente, y la nieve acabaría cubriéndolo todo.
Siempre me ha impresionado ese momento en el que los dos amantes deciden seguir juntos durante la estación del frío y separarse en primavera...

Nada se pudo hacer. Un ramito de olivo a tiempo podría haber sido una buena idea, pero nunca se sabe cuando es demasiado tarde. La enfermedad y la tristeza avanzan y no son enemigos pequeños. Como la soledad, que nos ofrece demasiadas oportunidades para volver sobre los errores cometidos.
Casi todos los analistas de bolsa nos saben contar con detalle las causas de las subidas y bajadas del mercado, pero pocos se han hecho ricos demostrando sus conocimientos a priori. Algo parecido pasa cuando analizamos nuestro pasado. A quien no es feliz con su presente le cuesta reconocer que ayer puso los cimientos de su infelicidad. Normalmente hacemos responsables de nuestros males a los demás. Es lo más económico, claro. Pero no conviene esperar a que Mimí esté en su lecho de muerte para asumir las propias responsabilidades.

Asomaba a sus ojos una lágrima y a mi labio una frase de perdón...
En aquel tiempo habló el orgullo. Hoy hablan la prudencia y el cansancio. Ya sabemos que la soberbia es mala y aunque yo, como Gracián, elogio con frecuencia el arte de la prudencia, es posible que, en ocasiones, ésta sirva de refugio a la pereza.
Puede que el miedo sea libre, pero su libertad nos esclaviza. Aquella sangre española que tan bien combinaba con la pasión gitana (ya sea de Cortés o de Tena) se ha enfriado. Pero aquella otra que fue paradigma de frialdad podría llegar a templarse con el vuelo de unas hojas de olivo pintadas con trazo ligero por el artista malagueño.

Cuando la esperanza nos remueve el estómago es fácil que las venas galopen sobre su camino rojo y eterno.
La vida es una fiesta como la del acto nunca musicado por el maestro Puccini. Una fiesta dramática en la que se celebra el final de lo imposible. Una fiesta en la que, al amanecer, los tratantes de muebles se van llevando los enseres de Musetta (o los de todos nosotros) para subastarlos esa misma mañana...

Mientras tanto, Joaquín Cortés seguía insistiendo en su Pasión Gitana, por si alguien, por muy helada que tuviese la mano, todavía estuviese dispuesto a volver de la vieja buhardilla para seguir buscando la llave perdida. Creo que a Rodolfo todavía le quedan muchos manuscritos para echar a la estufa en una noche de luna.
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martes, 24 de enero de 2012

Autómatas inadaptados

Parece que la NASA tiene indicios de que existe, en algún lugar del Universo, un sistema solar cuyo tercer planeta presentó en algún tiempo (está a muchos años luz de la Tierra) unas condiciones de habitabilidad no muy diferentes de las nuestras.
Pero si ya el hecho en sí de su existencia se ha mantenido en riguroso secreto, todavía ha sido materia más reservada el conocimiento que se tiene de la evolución de la vida que allí se ha detectado.
Plantas y animales se han desarrollado con unos criterios de normalidad similares a los que nosotros conocemos, pero la evolución de los llamados seres inteligentes en aquel lejano planeta presenta diferencias tan notables y peculiares con respecto a la experiencia terrícola, que la NASA ha considerado imprescindible mantener toda esta información clasificada con el grado más alto de protección.

Se ha podido saber, gracias a un ataque cibernético a los archivos de la NASA que se ha filtrado en la red, que, en el que la Agencia Espacial Americana conoce como "Planeta 3", la raza de seres inteligentes que lo dominó durante milenios se extinguió, quedando aquel mundo a merced de los sofisticados autómatas que habían creado ellos mismos.

Según parece, estos robots son tan perfectos que, pese a estar dotados de una poderosa inteligencia artificial, ellos mismos desconocen que no son realmente "humanos" naturales. La gran virtud de estos autómatas, la que les hace superiores incluso a quienes los crearon, es la total ausencia de sentimientos. Parece lógico, claro, que un robot carezca de sentimientos, pero es que no estamos hablando de mecanismos vulgares, sino de seres creados a imagen y semejanza de los dominadores inteligentes del "Planeta 3". Autómatas tan perfectos que poseen los secretos del conocimiento, la reflexión y la inteligencia racional. Son capaces, también, de reproducirse y de desarrollarse... pero desconocen emociones y sentimientos.
Emociones y sentimientos que (siempre según la NASA) fueron la causa del total desastre de la civilización original del "Planeta 3", que desapareció, dejando paso a la nueva era de los autómatas inteligentes.

Pero la gran sorpresa, puesta ahora en evidencia por los irreductibles hackers de sombrero negro que descubrieron los escondidos secretos de la NASA, fue la aparición paulatina de un grupúsculo mutante de autómatas inadaptados (también podríamos denominarlos incompetentes) cuyos circuitos electrónicos inteligentes generaron una disfunción electrogenética que provocó la lenta aparición de síntomas emocionales incontrolados, no previstos en la evolucionada naturaleza de los robots del "Planeta 3".
Así, poco a poco, esta subespecie de autómatas emocionales fue creciendo, con el consiguiente riesgo para la seguridad del poder absoluto dominante.

Como no podía ser de otra forma, cada vez que un robot demostraba una inclinación (por leve que ésta fuera) hacia la emotividad o era sospechoso de albergar sentimientos en sus sofisticados complejos funcionales, era catalogado como inadaptado y puesto bajo la tutela del Gran Tribunal Robótico, máximo organismo de control planetario, poco proclive a consentir veleidades tan peligrosas como éstas. Un severo cuerpo de vigilancia, conocido como la PTA o la PMT (este detalle no ha trascendido con claridad) era el encargado de abortar con determinación y sin titubeos, cualquier brote emocional en los autómatas...

Por desgracia, las autoridades americanas paralizaron la actuación de los hackers antes de que éstos fueran capaces de descubrir y hacer públicos más datos sobre el "Planeta 3", ese mundo tan lejano y diferente al nuestro.
Afortunadamente, nada de eso podría ocurrir en un lugar como el que habitamos, donde los grandes principios universales éticos del hombre están muy por encima de cualquier utilitarismo absoluto, por muy inteligente que sea.
Aquí, en la Tierra, los sentimientos, las emociones, la generosidad, el amor, la solidaridad... están tan arraigados en nuestra escala de valores que las insensibles actitudes de los autómatas del "Planeta 3" no tienen cabida posible. Su terrible influencia nunca llegará hasta nosotros.
Muchos años luz de distancia nos protegen, aunque...
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lunes, 16 de enero de 2012

El abrigo roto

Hacía frío. El abrigo estaba allí, inmóvil ante su mirada, retándola desde el escaparate. ¿Por qué no decidirse?
Comprar algo que nos desafía, protegido por la vitrina de una tienda cara, siempre tiene algo de alunizaje. El cristal es una barrera que sirve tanto para incentivar nuestro deseo como para frenarlo.
Ella pasó de largo, mirando de soslayo aquella tentación a su creciente vanidad. Presumía de no ser caprichosa, pero la verdad era que sus caprichos eran de otra índole mucho más dañina. Sin embargo, aquel abrigo tenía algo de provocativo en su elegante sencillez clásica. No había que descartar que, años más tarde, podría servir para un par de cosas relacionadas entre sí, aunque, aparentemente, inconexas.

Pronto sería solo una pieza más de un fondo de armario que exigía ya prendas más vanguardistas, muy a su pesar, eso sí. Aquellos dos chicos de los suburbios de Nápoles a los que aludía la alegoría de la incómoda canción de Peter Sarstedt, ésa que no dejaba de resonar en una cabeza tan desobediente para los sentimientos como organizada para los intereses económico-emocionales, se empeñaban en recordar que la lana no calienta los corazones, por muy de alpaca que sea.

Claro que no es ninguna novedad que enero sea un mes frío. Más en Madrid, por ejemplo, que a orillas del Nilo, desde luego. Enero es un mes en el que se pueden hacer muchas cosas, buenas y malas. Yo prefiero recordar las buenas, porque las malas ya se encargan de tenerlas presentes quienes acumulan odio para utilizarlo como combustible en los días más gélidos del invierno. Y es que es una pena que Madrid sea tan frío en enero. Sobre todo cuando hay que hacer la vida en la calle. No hay escaparate, por muy luminoso que sea, que pueda calentar algunas almas.

Olvidado el molesto Sarstedt, todo se vuelve más amable, más templado... más anodino, desde la bien ganada seguridad, que tanto costó obtener sobre una larga nómina de cadáveres testarudos. "Despedida", ponía en aquel lejanísimo diario, pero es difícil saber quién y de qué se despedía. ¡Había tantas cosas de las que despedirse! probablemente era el último adiós (o penúltimo) para alguno de esos desgraciados que se empeñan en no aceptar que el progreso se construye sobre el olvido. Uno de esos tontos que creen que es mejor ser felices con futuro incierto que fracasados con pasado feliz.
Y es que cuesta mucho salir adelante en este mundo tan competitivo. Un mundo en el que la norma principal es decir digo donde dijeron diego. No es culpa del que lo hace, sino del que no lo comprende, a ver si nos enteramos de una vez. ¿Es que no nos damos cuenta de que las circunstancias cambian? Pues eso, que ya lo dijo Ortega: ella es ella y su circunstancia. Bueno, si no dijo exactamente esto seguro que fue algo parecido, que uno no puede acordarse de todo...

Esta mañana quiso ponerse, de nuevo, el abrigo. Pero tenía un enorme agujero a la altura del corazón. Las polillas habían hecho su trabajo por el lado más débil.
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martes, 10 de enero de 2012

De entre los muertos

Hitchcock hubiese sido feliz en la España de nuestros días. Sin duda, el permanente festival de despropósitos en el que vivimos habría sido fuente inagotable de inspiración para sus argumentos. O para volver sobre algunos que fueron tema de sus películas.

Resucitar de entre los muertos es algo, por ejemplo, que suele dar mucho juego. Me refiero al aspecto cinematográfico, claro está, porque desde el punto de vista económico no es nada recomendable. Y no es culpa de los que resucitan, ya que ellos, siempre tan bien mandados, se limitan a morir y volver a vivir, como buenamente pueden y les dejan. Lo malo es que hay quien mata algo y luego se plantea si es conveniente o no devolverlo a la vida.
Ridículos históricos aparte, es ésta una práctica poco recomendable, pues, sin duda, pone en evidencia a quienes mataron a lo que, tal vez, solo debían haber corregido. Por si todo ello fuera poco, no es infrecuente que estos improvisados matadores se amparen en razones falaces para ocultar sus verdaderos motivos.
Aunque sería peor que ni siquiera tuviesen motivos escondidos y su luctuoso acto estuviese motivado por irreflexión panfletaria.

Mucho me temo que algo de esto hubo en la decisión del anterior equipo gubernamental a la hora de eliminar, de un plumazo, la publicidad de Televisión Española. Una medida seudopopulista, amparada en una campaña engañosa que parecía trasladar la responsabilidad de la decisión a los propios ciudadanos.
No fuimos pocos los que advertimos del desacierto y sus probables consecuencias. Pero, una vez más, quien no quiso oír produjo su propia sordera y siguió adelante con el disparate. Un par de años después, parece que habrá que cambiar de opinión. Bien es cierto que serán otros quienes se vean en el penoso trance de desfacer el entuerto provocado por quienes firmaron y ejecutaron la sentencia, pero, al final, a TVE le pasará lo que a los tres corazones de Enrique Jardiel Poncela, que tenían "freno y marcha atrás" (por cierto que el título original de esta divertida comedia fue "Morirse es un error", que también sería muy apropiado para el caso).

Nadie quiso abordar el problema como hubiera sido lo lógico: reduciendo el abuso publicitario del medio y situando el nivel de ocupación en un porcentaje razonable, por debajo, incluso, de las exigencias comunitarias. Televisión Española perdió su gran oportunidad para dar ejemplo y hacer una publicidad más amigable para el espectador, menos intrusiva... pero mucho más eficaz. ¿Es que no existía un virtuoso término medio entre el exceso y la muerte? Y eso sin entrar en el descabellado (ahora ya se ha demostrado que, además de pintoresco, era ilícito) método de financiación utilizado para sustituir los ingresos aportados por los anunciantes.

No es el único caso de matarifes que luego quieren resucitar a sus víctimas. También se da mucho en el terreno de las relaciones personales. Nunca falta quien mata un sentimiento y luego, unos años después, quiere que reviva... normalmente, eso sí, sin renunciar a los principios que justificaron la condena.

Es posible que, unos y otros, acaben resucitando de entre los muertos. Seguro que acabamos dándoles la bienvenida. Puede que con cierta tristeza, pero, al menos, habrá desaparecido el vértigo.
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