viernes, 22 de enero de 2016

El amuleto mágico

A William su madre le impuso el amuleto mágico nada más nacer.
Por desgracia, ella murió cuando su hijo era todavía muy joven, pero William no olvidó nunca las palabras que le dijo unas horas antes de fallecer.

–WIlliam, hijo mío, recuerda que yo te colgué al cuello el 'amuleto mágico' el mismo día de tu nacimiento. Lo llevaste puesto durante todo tu primer año de vida. ¿Sabes lo que quiere decir eso?
–No, mamá –respondió el joven, con la voz entrecortada.
–Pues es muy importante que lo sepas. Cuando quieras a una persona, la querrás para siempre. Nunca podrás dejar de hacerlo.
–Muy bien mamá –dijo William, que no estaba muy seguro de lo que aquello significaba.
–Pero no olvides que lo contrario no sucederá. Solo serás tú el que no dejarás de querer. Tienes que estar preparado para no sufrir por ello.

Durante algún tiempo, William no profundizó mucho en lo que, con tanta solemnidad, le había dicho su madre en aquel día tan triste. Cuando se es joven, la medida del tiempo es confusa, ya que se carece de la suficiente perspectiva. Además, no creía en amuletos, ni en ningún tipo de magia... pero las circunstancias que rodearon la confesión de su madre le inclinaban hacia la mejor opción: no pensar en el tema.

Sin embargo, a medida que iban pasando los años, William se daba cuenta de que, fuese o no por causa del amuleto que le impuso su madre, él nunca dejaba de querer a una persona, una vez que había empezado a hacerlo.
Por ejemplo, jamás dejó de querer a ninguno de sus amigos, con independencia de los problemas que la vida hubiese interpuesto entre ellos. Un par de sus mejores amigos le traicionaron en un momento crucial... pero William se daba cuenta de que su afecto hacia ellos no disminuía.

La historia sentimental de William fue complicada. Tuvo relación con muchas mujeres, buenas, malas y regulares. Sus amores fueron múltiples y, por lo general, poco reposados.
Separado ya de la mayoría de esas mujeres, William las seguía queriendo a todas como el primer día. Las quería de verdad, sinceramente. Siempre estuvo dispuesto, por tanto, a acudir en ayuda de alguna de ellas cuando lo necesitó.

Pero ya se lo había advertido su madre: el hecho de que él siguiera queriéndolas, no tenía consecuencias recíprocas. Antes bien, la mayoría (no todas, por fortuna) ahora le odiaban y, orgullosas y resentidas, renegaban de William, de su amor, y de lo que había sido para ellas Y renegaban, todavía mucho más, de que siguiese amándolas.

William empezó a preocuparse seriamente de lo que le sucedía. Cada vez le resultaba más difícil dudar de la eficacia del amuleto mágico de su madre, pero eso complicaba mucho el equilibrio intelectual de un hombre que no aceptaba, en absoluto, la capacidad de talismanes y conjuros para modificar la realidad, la razón, la lógica... ni las leyes de la naturaleza.
Porque no solo sucedía que él seguía queriendo a la gente que había querido, sino que, además, le parecía que era lo normal, lo natural... ¿lo natural?
Y, entonces, lo vio claro: recordó la mirada de su madre y el tono que había utilizado para esas dos palabras. Había dicho 'amuleto mágico' con un soniquete especial, y levantando las cejas al pronunciarlas, como haciendo énfasis para que parecieran entrecomilladas.
Así que William se sintió preparado para no sufrir por lo que le sucedía. En realidad, siempre lo había estado. Es más, se alegraba extraordinariamente de ser como era.

–Gracias, mamá –murmuró, casi de forma imperceptible, hablando para sí mismo.

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