Siempre me ha fascinado la Teoría de la Relatividad Absoluta (que nada tiene que ver con la de Einstein), cuyos seguidores defienden con entusiasmo incontenido y suelen resumir en la célebre frase, que ellos repiten con frecuencia: "Todo, absolutamente todo, es relativo".
Y no es casual, desde luego, el hecho de que nunca dejen de subrayar la palabra que enfatiza la paradoja que encierra su tesis.
Una de sus principales características (que aumentan, sin duda, su interés) es su relativamente absoluta indemostrabilidad, ya que la figura de pensamiento recogida en su expresión crece a medida que se profundiza en ella. Tal vez por eso, sus ardientes defensores aseguran que es un postulado, ya que la admiten sin pruebas (aunque existen en abundancia) y es una proposición necesaria para poder desarrollar sus razonamientos ulteriores.
Un buen ejemplo de la veracidad de esta teoría es el tan cacareado cambio climático.
Según los científicos, el calentamiento global es un hecho indiscutible que afecta a casi todas las facetas de la vida en nuestro planeta. Esto es algo que me tiene preocupado. No solo por lo que a todos debe intranquilizarnos, sino, también, por otros fenómenos (con perdón) que he venido observando en los últimos años.
Es una realidad el progresivo enfriamiento relativo de los veranos. El Instituto Independiente de Meteorología (heredero de aquella pionera Institución Libre de Meteorología, creada por antiguos alumnos del Ramiro de Maeztu tras el fallido intento de poner en órbita un primer satélite durante las fiestas de Santo Tomás de Aquino) asegura que en determinadas zonas de Madrid los veranos vienen sufriendo un enfriamiento creciente y constante, a partir de la glaciación astral de septiembre de 2004.
Todo esto nos viene a recordar que es la propia vida la que distingue entre lo objetivo y lo subjetivo (la "objetividad subjetiva", de la que habla, muy profusamente, la Teoría de la Relatividad Absoluta). Y es así porque para el ser humano todo es subjetivo, como ya nos aseguraba Protágoras.
Sin embargo, hay quien tiene la llave en su mano para reconvertir una situación que ha modificado el azul de las lejanas tardes veraniegas por el bronce de un mar proceloso, otrora recorrido por esfinges pasajeras y trashumantes, tan huecas por dentro como arboladas por fuera.
Es una llave sencilla, entregada voluntariamente por el guardián de esos luminosos cúmulos celestiales que aguardan su liberación para regresar del secuestro y alimentar, de nuevo, las acequias anegadas por el silencio, el miedo y la pereza.
Volvamos, pues, al sereno diálogo de la verdad profunda, liberada, por fin, de las tormentosas angustias inducidas, y retrocedamos hasta ese punto del pasado en el que el futuro se encuentra, ineludiblemente, con los sueños.
Hace tiempo que es preciso un nuevo cambio climático... los veranos son demasiado fríos, amargos y oscuros.
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