Hay muchos tipos de perfidia, pero a mí la que más me gusta es la que compuso Alberto Domínguez.
En especial, cantada por Nat King Cole o, mejor aún, por Carola Standertskjöld, que tiene un poco más de ritmo. Porque a la perfidia le va la marcha, el ritmo. Cuando la canta el bueno de Cole, con esa suavidad que le caracteriza y su voz dulce y profunda, nos resulta tan bonita que corremos el riesgo de sufrir el "Síndrome de Estocolmo".
Yo acostumbraba a poner la versión de Standertskjöld a una velocidad ligeramente más baja y conseguía sentir el verdadero efecto de la perfidia, entre lento y acelerado, entrando por las venas hasta el corazón y envenenando los pulmones hasta convertir la sangre en cicuta caramelizada.
Sin embargo, tengo que admitir que, a veces, me inclino por la magnífica interpretación de Dorothy Lamour, ya que escuchándola en inglés perturba menos, gracias al sonido del idioma y a la letra de Milton Leeds, que, en mi opinión, mejora a la original, que tiene un otros de más y un tus de menos en la misma estrofa, la que habla de besos.
Pero bueno, me he liado. Decía que hay muchos tipos de perfidia.
Una de ellas es la viperina, cuyo picotazo es mortal si no se aplica un torniquete a tiempo.
Otra es la perversa, interesada y diabólica, aunque, al menos, movida por un interés premeditado que, si bien no la justifica en absoluto, la explica.
Y, luego, está la insulsa, que es la más absurda y nociva de todas.
La perfidia insulsa es como la que flotaba en el ambiente de La Belle Aurore, en el París inmediatamente anterior a la ocupación alemana, mientras Ilsa y Richard bailaban, entre copa y copa de Mumm, al son de la melodía de Alberto Domínguez. Toda una premonición.
Poco después, mientras Richard espera, impaciente, bajo la lluvia en la estación, Ilsa le hace llegar una breve nota, cuya tinta se deshace sobre el papel, en uno de los mejores planos de la película. El texto de la nota es antológico y se ha convertido, con el paso del tiempo, en la biblia de la pérfida insulsez. Una biblia de solo treinta palabras, escritas, eso sí, con una excelente caligrafía, algo que forma parte de la liturgia necesaria para la correcta implementación de la perfidia insulsa.
Este tipo de perfidia, como el arte, es absolutamente inútil.
Claro que, mientras el arte ilumina el espíritu, la perfidia insulsa lo sume en las más profundas tinieblas.
Nada consigue quien la aplica, nada obtiene... aparte del dolor ajeno y, tal vez, el suyo propio.
Todos acaban sufriendo y nadie obtiene beneficio alguno. Por si todo ello fuera poco, la insulsez provoca un estado de aletargamiento posterior que adormece los sentidos y paraliza el comportamiento emocional. Un verdadero desastre.
A la vista de todo ello, parece lo más sensato seguir escuchando a Carola y a Dorothy, con el pequeño consuelo de que, si bien ya no nos queda París, siempre nos quedará el Mumm y la bella canción de Alberto Domínguez...
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