En verano, como es normal, suben mucho las ventas de ventiladores.
Hoy los hay de muy diversos modelos y estilos, aunque, desde hace tiempo, están siendo arrinconados por los aparatos de aire acondicionado.
Sin embargo, yo sigo siendo un decidido defensor de los ventiladores. Y, claro, mis favoritos son los de techo.
Los mejores son los de tipo colonial, como aquel que vi en una vieja película (no recuerdo bien si era una película o una obra de teatro, pero, desde luego, era una comedia) brasileña.
El ventilador era de madera y siempre giraba muy lentamente, pegado al techo de una estancia oscura, cuya única ventana sufría, habitualmente, el ataque del abrasador sol de Brasil. Pese a ello, la sensación que transmitía en la pantalla (o el escenario) era de que nunca hacía calor.
La cámara (o la visión del espectador) enfocaba con frecuencia hacia el ventilador del techo que venía a ser el elemento conductor de la historia. El argumento era vulgar, carente de fondo, pero bien interpretado y con una puesta en escena impecable. Es curioso como lo superficial, a veces, adquiere aspecto de profundo. Quienes hemos trabajado en publicidad conocemos la importancia de una buena ejecución.
Y no hay que olvidar la música. Tanto en las películas como en los anuncios, una buena banda sonora o un jingle apropiado y eficaz surten efectos prodigiosos. En el caso de esta obra brasileña (creo que se llamaba "La Avenida", aunque han pasado tantos años que puedo estar confundido) la música no era samba ni bossa nova. Era de Leonard Cohen o de Lucio Dalla.
Yo hubiese cambiado el título. "Un ventilador en el techo" hubiese sido mucho más apropiado.
Hace diez años que vi esa gran comedia. Me parece recordar que fue en Alcalá. Y todo sucedía en blanco y negro... más negro que blanco, eso sí; menos lo que imaginaba el protagonista, que estaba rodado en color. Algo parecido a lo que sucede en "Bonjour tristesse", la película de Otto Preminger, en la que el director mezcla blanco y negro y color para enfatizar el efecto de una realidad triste y oscura, frente a otra, superficial y radiante.
No cabe duda de que los ventiladores clásicos de techo son una extraordinaria opción para el verano. Incluso para otras estaciones del año, en determinadas ocasiones, pero deben ser manejados con destreza y máximo cuidado para evitar que los constantes giros de sus grandes aspas distorsionen la percepción de una realidad que suele ser mucho más sórdida cuando se contempla sin la ayuda de esas hélices horizontales que, con su movimiento lento y acompasado, hacen volar a la verdad hacia el infinito de los sueños.
Un ventilador en el techo es un riesgo muy difícil de controlar.
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