miércoles, 22 de agosto de 2018

Un leopardo en la terraza

Juventino Pertejo Fidalgo era un hombre serio, prudente y leal. Siempre me pareció una buena persona. Era el hombre de confianza del presidente de la compañía y no cabía duda de que dirigía la empresa con sobriedad y haciendo gala de la formalidad y honradez que requería una familia respetable, como la que era propietaria de aquel solvente y bien gestionado grupo empresarial.

Ir a visitarle era siempre una buena oportunidad para reafirmar la evidencia de que las cosas no son, en todas las ocasiones, como la tradición nos ha enseñado. Por ejemplo, que la mayor empresa fabricante de aceite de España tuviera su sede en León y por marca un apellido vasco insólitamente acentuado... o que su director general respondiese a esa curiosa y nada frecuente combinación de nombre y apellidos.

Tal vez por eso no debería habernos sorprendido tanto el hallazgo que hicimos aquella noche. Pero sí nos sorprendió. Y mucho.
No sé si en aquellos tiempos todas las habitaciones del Hostal San Marcos eran tan impresionantes como las nuestras. Si lo eran, la categoría de cualquier establecimiento hotelero de los que hoy consideramos 'de lujo' debería ser puesta en tela de juicio.

En cualquier caso, nada de lo hasta ahora dicho justifica que en la terraza de la habitación contigua hubiese un leopardo. 
Por un momento, llegamos a pensar que todas las habitaciones venían con leopardo incorporado, pero no era así. Tras una concienzuda inspección de las tres que nos habían sido asignadas, pudimos constatar que ninguna de ellas tenía entre sus enseres felino alguno. 
Cierto es que este hecho nos produjo, en un principio, un ligero desánimo, ya que, en nuestro fuero interno, lo tomamos como un desprecio hacia nosotros, aunque era justo reconocer que esa inferior categoría de alojamiento que se nos había asignado eliminaba, indiscutiblemente, la incomodidad de vernos obligados a reconocer que ignorábamos cómo manejarnos con soltura en una habitación con leopardo.

Algo que, sin duda, nuestro vecino había solventado con la resolución propia de un viajero más experimentado: colocando al leopardo en la terraza con naturalidad y desapego emocional, tal como solemos hacer los demás mortales cuando guardamos en el altillo del armario esas colchas grandilocuentes y pasadas de moda con las que algunos establecimientos hoteleros tratan de compensar (sin mucho éxito) otras carencias más relevantes para el huésped. 

Puestas así las cosas, nos pareció prudente cerrar a conciencia nuestras respectivas terrazas y encomendarnos a Morfeo, en la medida de nuestras algo alteradas posibilidades.

A la mañana siguiente nadie quería hablar del leopardo, ya que todos temíamos haberlo imaginado y provocar la burla o, al menos, la hilaridad de nuestros compañeros. Pero el leopardo era real, así que empezó a tomar cuerpo una nueva teoría: el animal no estaba incluido en la habitación, sino que viajaba con su dueño, de ciudad en ciudad, de hotel en hotel. Era tan inverosímil como la que suponía al leopardo una extravagancia 'daliniana' del Hostal San Marcos, pero en el capítulo de animales de compañía aún no estaba todo dicho, dado que el Trivial Pursuit todavía no había sido inventado.


Un poco más tarde ya estábamos reunidos con don Juventino Pertejo Fidalgo, discutiendo con él los pormenores del diseño de las nuevas etiquetas y hablando del próximo lanzamiento publicitario del aceite de girasol de la compañía.

Por diversos motivos (no todos abordados en este somero resumen), a nuestro regreso no se comentó con casi nadie el incidente nocturno. Quizá fue porque quienes se quedaron en Madrid, en aquel lejano 1972, no estaban en condiciones de asumir el hecho de que los leopardos pueden estar escondidos donde menos te lo esperas, y, quienes sabíamos que la fiera estaba agazapada esperando que alguien le abriese una puerta, jugábamos con una ventaja de la que nunca quisimos presumir. 

Eso sí, a don Juventino Pertejo Fidalgo le seguimos recordando con sincero cariño.

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