Hace poco he visto publicada una bonita fotografía que me ha recordado un suceso acaecido en París hace algunos años.
Fue un episodio luctuoso... y tan triste que mantuvo consternada a toda la villa del Sena durante mucho tiempo.
Él, como el personaje de la fotografía, estaba recostado en el borde del muelle de piedra que ayuda a canalizar el río a su paso por el centro de la ciudad. Sus piernas cruzadas eran una señal evidente de un ánimo confiado y tranquilo. Ella, sentada sobre la piedra y con los pies colgando sobre el agua, tenía la mirada perdida en un punto lejano del río. En la distancia veía un velero azul que se alejaba. Apenas se dio cuenta de que él se había quedado dormido con la cabeza apoyada sobre su regazo.
Un instante antes, él había confundido la brisa que acariciaba su rostro con la producida por un imaginario ventilador que giraba sobre su cabeza, sujeto a un techo inexistente. Acto seguido se durmió. Soñó con veintiocho versos inacabados de un poeta andaluz y con un país sudamericano de grandes y calurosas avenidas, que siempre estaban bajo el intenso poder del sol.
Verdaderamente, parecía una mañana de primavera. Sin embargo, era una siniestra tarde de septiembre o, tal vez, un extraño y soleado día de invierno. De uno de esos inviernos que, una vez que empiezan, ya no terminan nunca.
Ella siguió con la mirada perdida en el infinito mientras él comenzó a respirar acompasadamente, vagando por el universo de los sueños. En ese preciso momento, el brazo de ella rodeó su cuello con suavidad, con enorme y apacible suavidad.
Poco a poco, esa delicadeza inicial se fue convirtiendo en una lenta, constante y creciente opresión...
Solo fueron necesarios unos pocos minutos. Él no fue capaz de reaccionar. Puede que ni siquiera llegase a despertar. El aire dejó de entrar en sus pulmones y la muerte le sobrevino con dulzura, mientras navegaba entre poemas y avenidas.
La escena quedó congelada durante un buen rato. Nadie sabe, exactamente, cuánto. Las pocas personas que se cruzaron con ellos no vieron más que una romántica pareja a orillas del Sena.
En algún momento, ella lo empujó, de nuevo con una gran suavidad, y el cuerpo inerte cayó al agua.
Ella se levantó despacio, se arregló la falda, recogió su bolso y su chaqueta y comenzó a andar, lentamente, en dirección al puente de Alma.
Nadie volvió a verla nunca más.
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