jueves, 21 de mayo de 2015

Dulces amazonas

El reciente descubrimiento de un texto inédito de Heródoto nos ofrece una nueva perspectiva sobre el legendario pueblo de la amazonas, contra las que los antiguos griegos se vieron obligados a mantener una lucha terrible y permanente.

Este sorprendente documento revela la existencia de un segundo pueblo de amazonas, tan guerreras y despiadadas como las hasta ahora conocidas, pero capaces de combinar sus bélicas virtudes con un carácter dulce y reposado que contrasta con la violenta condición que la tradición clásica griega atribuye a su carácter.
Según Heródoto, fue en una remota región de Escitia donde estas famosas doncellas practicaban el arte de la dulzura con la misma soltura y precisión que el de la caza o el de la guerra.
No quiere esto decir que fueran menos peligrosas que sus vecinas sármatas (donde parece que residían las hasta ahora documentadas), sino que, por el contrario, presentaban rasgos de mayor crueldad en su comportamiento, acrecentados por la aparente contradicción con su estilo suave y delicado.
En cuanto a su aspecto físico (siempre según este nuevo texto de Heródoto), parece que, cuando estaban en reposo, transmitía una engañosa sensación de paz, camuflada tras unos rostros sonrientes y miradas serenas. Dice el historiador griego que esta raza de amazonas era, por naturaleza, de pecho pequeño, lo que facilitaba el uso del arco y la lanza, sin necesidad de amputación o protección especial alguna, tan frecuentes en sus hermanas de Sarmacia.

Fue una suerte para los antiguos griegos que nunca llegaran a enfrentarse a estas amazonas. Heracles, Teseo y Aquiles hubiesen tenido muchas más dificultades en una lucha contra ellas, confundidos por su aparente dulzura, sedados por la suavidad de su mirada y aturdidos por el acento de sus voces.
Porque, en combate, eran verdaderamente mortíferas, implacables, despiadadas. Su odio ancestral por el sexo masculino era tan virulento (por lo que dice lo ahora encontrado) que descuartizaban a sus víctimas y echaban sus despojos a las fieras, arrojando a la hoguera los huesos, junto con los restos de sus vestiduras. 
Nunca aceptaron el diálogo o la paz, ya que estaban educadas en una soberbia sublime que las hacía considerarse herederas de las diosas (en su religión no había dioses, claro) y, por lo tanto, en posesión eterna de la verdad y la razón.

Todavía es pronto para evaluar en profundidad el contenido del texto descubierto y las consecuencias históricas que puedan derivarse de su estudio, pero, con independencia de lo que puedan concluir los eruditos, es aterrador pensar que haya podido existir, en algún momento, una raza tan peligrosa, aunque haya sido más allá de los confines del mundo civilizado. Produce escalofríos imaginar que seres de estas características pudieran haber evolucionado con el paso del tiempo, llegando hasta nuestros días...

Afortunadamente, nada parece indicar que descendientes de aquellas bárbaras tribus de instintos asesinos hayan podido subsistir y estar hoy presentes entre nosotros, en este mundo actual, tan políticamente correcto y sofisticado. Es un alivio.

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