martes, 6 de septiembre de 2016

Un plan perfecto

Tenía un verano complicado. Debía ir unos días a Menorca y también a Biarritz, donde una cita irrenunciable con el surf familiar la reclamaba. Como le veía a él un poco despistado, decidió que un paseo por las murallas de Ávila era una buena opción de despedida. Después, Alcalá (en formato diferente) y listo.

Así sucedió. A la vuelta del ajetreo veraniego, tras el exceso de vela menorquina y el desfile permanente de surfistas en la Grande Plage, todo se veía con mucha más claridad. Empezaba un nuevo curso y, tras veinte años de estudios continuados, era un buen momento para comenzar otras asignaturas.

–Se me ha ocurrido un plan perfecto –le dijo.
–Pues si es perfecto... –respondió él, no muy convencido.
–Sí, verás –continuó ella sin pestañear–, llevamos solo veinte años juntos. No es que sea poco tiempo, no, pero deberíamos conocernos algo mejor antes de seguir como hasta ahora.
Él abrió la boca, pero no tuvo tiempo de articular palabra alguna.
–Lo que quiero decir es que yo te quiero mucho –afirmó ella con gran seguridad en sus palabras–. Y voy a seguir queriéndote. Cada vez más.
–Me parece estupendo –dijo él, evidenciando con su tono unas dudas crecientes–. ¿Y qué?
–Pues que será mejor que durante unos meses (solo unos meses) nos veamos menos. Podemos seguir quedando para tomarnos unas fantas, por ejemplo. Y luego, cuando todo esté resuelto, ya no tendremos problemas.
–Peeeroo... si nunca tomamos fantas. No nos gustan. Y, además, no tenemos ningún problema que...
–Bueno, lo de las fantas es una manera de hablar, no sé por qué lo he dicho –le interrumpió ella, contrariada–, no tienes que tomártelo todo al pie de la letra. Siempre estás igual. No hay manera de tener una conversación normal contigo.
–¿Normal? –se limitó a preguntar él.
–Eres imposible –le replicó– siempre tan sarcástico. Nunca te tomas en serio nada de lo que digo. Pues te advierto que esto es muy serio. Te he dicho que te voy a seguir queriendo igual... o más. No sé cómo puede parecerte mal eso. 
–No es que me parezca mal, sino que... –trató de argumentar él.
–¿Lo ves? Eres imposible –sentenció ella–. No quieres entender lo que pasa. Ahora es necesario que sea así. Y no hace falta que tú me quieras tanto. Basta con que me quieras un poco... no mucho. 

Por algún tiempo, él creyó haberlo soñado. Todo le parecía un despropósito absoluto. Y, desde luego, si en ello había alguna verdad, era lo de que no entendía nada. Claro que en la vida hay momentos incomprensibles, situaciones en las que, por más que caviles sobre ellas, nunca llegas a entender lo que hay detrás. O prefieres no entenderlo, que es más probable.

Unos cuantos años después, tras conseguir evitar (por cuarta vez) ingresar en el centro de salud mental en el que ella había querido que quedase internado, recibió un mensaje:
–Era un plan perfecto. Algún día me contarás por qué no quisiste hacerme caso. 

Él se limitó a escuchar, de nuevo, la vieja canción de Peppino di Capri y no contestó. 
Hay hombres que son incorregibles.

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