viernes, 17 de abril de 2015

Con remite del futuro

Recibió una carta con un remite muy extraño.
Al parecer estaba escrita por ella misma, pero en una fecha muy posterior a la de su recepción, lo que resultaba de todo punto insólito.
Tardó un poco en abrirla, ya que la extrañeza causada por recibir una carta del futuro paralizó sus reflejos y, por el contrario, aceleró sus pulsaciones.
Desde luego, no había duda de que la letra era la suya y su nombre figuraba tanto en el anverso del sobre, justo encima de su dirección actual, como en el remite, en el que no aparecía referencia a calle o ciudad alguna.

Antes de rasgar el sobre, volvió a mirar el matasellos. Tampoco dejaba lugar a ninguna especulación, ya que, con enorme claridad, podía leerse en él: Madrid - 8 - 4 - 2021.
De forma automática, dirigió su vista hacia el pequeño calendario amarillo con letras negras que había sobre su mesa. No necesitaba verlo, porque sabía muy bien que era el 8 de abril de 2015, pero no pudo evitarlo. Luego, su mirada se quedó perdida entre las últimas luces del atardecer, que llegaban desde el oeste, a través del ventanal de su terraza.

Las siluetas de los edificios estaban allí, a la izquierda de las cuatro torres larguiruchas que habían asomado, hacía unos cuantos años, al norte de esas otras, menos altas, que siempre ejercieron sobre sus ojos una incómoda atracción, de la que tantas veces quiso renegar sin demasiado éxito. 

Era un sobre de color marfil... tal vez crema. Con tan poca luz era imposible estar segura. Y también aparecía en el reverso su dibujo, el que ella solía hacer, a modo de firma, aquel que alguien había dicho que le recordaba a Picasso.

Acabó sacando la carta del interior del sobre. Muy lentamente, como con miedo de lo que pudiera estar escrito en ese papel, asimismo de color marfil.
No había nada más que un par de hojas dentro. Bien escritas, con buena letra... con su letra.
Arriba, en el encabezamiento, la misma fecha del matasellos, esta vez trazada por su propia mano.

Se dejó caer sobre un sillón, orientado, claro, hacia poniente y comenzó a leer mientras su instinto maldecía esa absurda obsesión por el olvido y el silencio en la que llevaba tanto tiempo autosecuestrada.
Sus ojos se fueron humedeciendo, poco a poco, hasta que una lágrima escapó de su refugio y empezó un lento recorrido por su mejilla. Ya no quedaba luz fuera. La terraza estaba oscura y los ladrillos habían dejado de ser rojos. Todo se estaba cubriendo de sombras.
Entonces, el orgullo trató de elevar su imperativa voz por encima del llanto, pero no tuvo fuerzas para luchar contra su futuro. 
Siguió leyendo su propia carta durante toda la noche. Una y otra vez. Hasta que las lágrimas acabaron de difuminar la tinta sobre el papel y empañaron los cristales de sus grandes gafas de pasta negra. 

Sintió frío. Abril puede ser un mes muy frío...

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