viernes, 13 de febrero de 2015

Costosísimos disfraces

No me refiero, por supuesto, a las espectaculares fantasías del Carnaval de Tenerife, ni a las de cualquier otro de los que se han hecho famosos en el mundo por la riqueza y suntuosidad unos vestidos que van mucho más allá del concepto tradicional del disfraz.
La mayoría de estas grandes fiestas tienen un gran arraigo popular, son muy apreciadas por mucha gente y, además, compensan sus elevados gastos con unos notables ingresos por turismo que, unidos a la publicidad que generan en los medios y a los patrocinadores que las apoyan, suelen resultar muy rentables para las ciudades organizadoras. 

Nada más lejos, por tanto, de mi ánimo que criticar estos festejos seculares, tan seguidos y celebrados en casi todas partes.
Sin embargo, ajenos al auténtico espíritu y tradición de las comparsas, murgas y chirigotas populares, hay personas que viven inmersas en un permanente estado carnavalesco, poco o nada festivo y que implica el uso de unos disfraces menos vistosos pero, a la larga, muchos más caros.
Son personas que han montado su vida alrededor de una gran mascarada, en la que, a fuerza de mantener oculta su verdadera naturaleza interior, han llegado a un punto de no retorno y ya les resulta imposible salir a la calle sin sus lentejuelas, sus plumas y, sobre todo, sin su careta.
Claro que sus complicados disfraces son, normalmente, invisibles. Suelen travestirse el alma, aunque no es infrecuente que sus vestimentas también acaben influenciadas por el deseo (que termina convirtiéndose en necesidad) de ocultar su verdadero yo.

No falta quien asegura que el mundo es un gran Carnaval, en el que todos nos vemos, de una forma u otra, forzados a participar... pero, incluso siendo así, la mayor parte de los mortales solemos vestir máscaras tan poco convincentes para cubrir nuestra personalidad como el antifaz que utilizaba El Coyote para diferenciarse de don César de Echagüe.
Por contraste con la generalidad, los que aspiran a los puestos de honor de la fantasía carnavalera vitalicia utilizan costosísimos disfraces. Y son tan caros, no por el precio a pagar en metálico por ellos (suelen ser virtuales), sino por el esfuerzo que representa llevarlos siempre puestos. Hay quien hipoteca su vida y la entrega a la farsa a cambio de los aparentes beneficios que obtiene con el engaño a los que le rodean.
Dicen que una fantasía (así se llaman los sofisticados y enormes atuendos de las aspirantes a reinas del Carnaval de Tenerife) puede llegar a pesar más de doscientos kilos. Manejarse con ella (y con un mínimo de soltura) en un escenario es muy complicado, a pesar de las múltiples ayudas con las que han sido diseñadas. Pero las chicas están bien entrenadas y cuentan con dosis extraordinarias de entusiasmo, así que saben hacerlo bien. Son las otras, las que se disfrazan para la vida, las que lo tienen más difícil.

Puede que la mía sea una opinión poco relevante, pero yo creo que sus disfraces tienen un coste brutal. Mantenerse en el escenario del mundo con toda esa parafernalia añadida, sin poder quitársela en ningún momento y aguantando sobre el espíritu el colosal peso de unos oropeles emocionales de atrezzo, que impiden la exteriorización de sus verdaderos sentimientos, es insoportable... pero es lo que tiene querer ser la reina del otro Carnaval.

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