viernes, 28 de marzo de 2014

El ascensor del tiempo

El invento era extraordinario, pero las autoridades ordenaron su retirada inmediata, apenas empezó a correrse la voz de su existencia.

Por fuera parecía un ascensor normal. De los antiguos, claro. Su cabina de madera daba una sensación de poca consistencia, como si estuviese a punto de caerse en cualquier momento. Podría ser uno de esos ascensores que, a mediados del pasado siglo, se veían con frecuencia en muchas casas de Madrid.
De hecho, tenía gran similitud con el de Fuencarral 39, ese ascensor que un día fue robado, con gran audacia, en presencia del propio Miguel.

Miguel era muy despistado, pero, pese a ello, el robo del ascensor fue, sin duda, una actuación de enorme osadía.
Un día, como tantas otras veces, vinieron a repararlo. El cartel de "No funciona" colgaba de la puerta metálica exterior. A ningún vecino le resultó extraño, ya que estar averiado era, casi, su estado natural. Sin embargo, esa vez unos astutos ladrones se adelantaron a los operarios que solían atender los avisos. Tras sendos vistazos a la cabina y al motor, los falsos empleados de la empresa de arreglos le confirmaron a Miguel que la avería era grave. En esta ocasión no podrían resolverlo sobre el terreno, como de costumbre. Era preciso desmontarlo y llevárselo al taller para proceder a su reparación. No había más remedio.
En unos minutos, haciendo gala de una pericia fruto de su larga experiencia en este tipo de arriesgados hurtos, motor, cabina y cables estaban a bordo del camión en el que habían venido y que seguía estacionado delante del portal. Los avispados pillos se despidieron de Miguel, asegurándole que ya tendría noticias cuando el ascensor estuviese reparado, pero advirtiéndole, asimismo, que no se extrañase si tardaban un poco, ya que la avería era muy, pero que muy seria. Arrancaron el camión y pusieron rumbo hacia la Gran Vía, despidiéndose cortésmente de Miguel. Incluso sacaron la mano por la ventanilla para enviarle un último saludo.
Y, efectivamente, fue el último. Nunca más se supo de ellos ni del ascensor.  Un robo audaz donde los haya, digno del mismísimo Rififí.

Pero no es del ascensor de Fuencarral 39 de lo que aquí vamos a hablar (pese a las notables características que le distinguían, como la de no subir más que a tres de los cinco pisos de la casa, por ejemplo... o la de poder bajar bultos y equipajes, pero no personas), sino del invento que estuvo a punto de revolucionar la vida emocional de una buena parte de la población mundial.

El ascensor del tiempo, tal como se le dio a conocer a través de la prensa especializada del momento, solo podía subir (como el de Fuencarral 39) a tres pisos. Pero se daba la excepcional circunstancia de que quien lo utilizaba avanzaba una, dos o tres décadas en el tiempo, según se bajase en un piso o en otro.
Dado que el invento se produjo muy al principio de los años sesenta, si subías al segundo piso (en el primero no paraba, como el de Fuencarral 39), aparecías en tu propia vida de los años ochenta. Cuando el ascensor te llevaba al tercero (el que más me gustaba a mí), descendías en la década de los noventa. Y si bajabas en el cuarto (había un quinto piso, pero tampoco se podía subir hasta él, al igual que ocurría con el viejo ascensor de Fuencarral 39), entrabas, de lleno, en los primeros años del siglo XXI.
La última opción no era nada recomendable para la gente de bien, dado que producía desajustes de ansiedad y trastornos en las ambiciones menos nobles, pero la realidad es que hubo quien abusó de ella, pensando, egoístamente, que, siendo el piso más alto al que podía accederse en el ascensor, la vida sería mucho mejor aquí que en el tercero o en el segundo...

Así que las autoridades decidieron retirar las patentes del ascensor del tiempo y no autorizar su comercialización hasta que el invento estuviese totalmente perfeccionado y homologado por una comisión internacional de expertos.
La homologación nunca llegó y el invento cayó en el olvido.

La coincidencia de fechas (el viejo ascensor de Fuencarral 39 fue robado a mediados de 1961) sigue haciendo que me pregunte si aquel prototipo no estaría construido con los restos del vetusto aparato que le robaron a Miguel. Todo parece indicar que es muy posible.
También me intriga pensar en quién sería esa persona tan interesada en subir siempre al cuarto piso... con lo bien que se estaba en el tercero. Pero las ambiciones desmedidas es lo que tienen: muchas manzanas (algunas con gusano dentro), cada una con su eva detrás, dispuesta a morderla. Y a que el adán de turno haga lo propio, claro.

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