martes, 14 de enero de 2014

Oswald

Mi amigo Oswald fue uno de los personajes más especiales del Canal.
Era un chico delgado, fuerte y con unas piernas capaces de correr a una velocidad endiablada. No he conocido a nadie más rápido que él, con excepción, claro está, del Hombre-Body. Bien es cierto que, en el Canal, El Conejo de la Suerte, también conocido como LIM (por llevar siempre puesto un chandal del Liceo Italiano con estas tres iniciales), pretendía disputarle la supremacía en cuestión de velocidad, pero esto era algo de todo punto irrelevante, pues siendo indiscutible la capacidad de LIM para correr con insólita ligereza, cuando Oswald se enfadaba (lo que ocurría con enorme frecuencia) era un verdadero ciclón... de furia incontrolable.

El habitat natural de Oswald eran los pantanos. Allí era feliz. Siempre que podía, se escapaba a las tierras de Granadilla, en las que disfrutaba de lo lindo recorriendo aquellos singulares parajes abandonados, con la compañía inseparable de su cuchillo.
Oswald y su cuchillo formaban una sociedad indisoluble. De enormes proporciones (aunque sin alcanzar el inconcebible tamaño de hoja del machete de Ortuzar), y semipermanentemente unido a su cinturón de cuero, era un arma notable, muy útil en los pantanos y, sin ningún género de dudas, mucho menos necesaria para la vida urbana madrileña. Años más tarde, el australiano Cocodrilo Dundee copió la costumbre de mi amigo Oswald de moverse con soltura por una gran ciudad, sin prescindir del cuchillo.

Tal vez fue una casualidad que Oswald entrase en escena en el Canal al poco tiempo de haberse producido el asesinato del presidente Kennedy, pero hay que comprender, a la vista de esta circunstancia (acompañada de las nunca aclaradas dudas que rodearon el célebre magnicidio) y del curioso parecido físico que mi amigo tenía con Lee Harvey, que la leyenda en torno a su verdadera personalidad fuera in crescendo con el paso del tiempo.

Sus buenos amigos no dejaremos de recordar su inefable bañador UHF ni su salto espectacular, cuchillo en mano, sobre el sofá de la casa de El Catalán cuando este le preguntó, en un tono cargado de afectada inocencia, por su relación con Puskas. Aquella noche acabamos todos en la casa de socorro, contando una muy poco creíble historia relacionada con guateques y limones.

Pero, en contra de lo que pudiera dar a entender esta breve memoria de mi amigo, salpicada de alguna que otra anécdota trivial, Oswald era un chico estupendo que, en mi opinión, no tenía ningún motivo para haber asesinado a Kennedy, salvo que este se hubiese dirigido a él interesándose por su supuesto noviazgo con una chica del Canal, lo que no parece probable en absoluto.
Por ello, me he formado una opinión negativa del Informe Warren, como de tantos otros informes elaborados con el torticero y habitual fin de obtener unas conclusiones ya decididas de antemano y favorables a una parte. Algo que sucede, por desgracia, con demasiada frecuencia.

Nunca faltan personajes miserables dispuestos a esperar en los pasillos de alguna dependencia oficial con carpetillas azules bajo el brazo, sin ser conscientes de lo patética que resulta su poco edificante imagen, en unas circunstancias tan indignas como ajenas a la ética más elemental.
Es gente que, al contrario que mi amigo Oswald, no llevan un gran cuchillo al cinto ni usan bañador UHF, pero carecen de sus principios, forjados en la inhóspita tierra de los pantanos, donde la verdad es la verdad y los hombres son cabales y honrados.

No pude visitar con Oswald el pueblo, hoy fantasma, de Granadilla. Él siempre me invitó a hacerlo, pero la vida de aquellos años del Canal era demasiado intensa como para disponer del tiempo necesario para emprender una nueva aventura en los pantanos. Sin embargo, ¿quién sabe? Tal vez ahora que el Canal, el Ramiro, Villaverde y Alhama son tan solo un recuerdo y, sobre todo, teniendo en cuenta que Taiwan Bird sigue vacante, tras aquella lejana y triste noche de ánimas, encuentre el momento de viajar con mi amigo a sus queridos y solitarios páramos cacereños.

Seguro que allí, junto a las limpias aguas de los pantanos, no veremos carpetillas azules bajo el brazo de córvidos rufianes de cabeza desplumada, dispuestos a engañar a quien se deje... o a quien, para su desgracia, no tenga otro remedio.

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