jueves, 17 de octubre de 2013

Depresiones intensivas

Como casi todos bien sabemos, hay muchos tipos de depresiones anímicas.
Existe, por supuesto, el trastorno depresivo mayor, el distímico o crónico, el trastorno adaptativo...
Pero también son reales (y bastante frecuentes) otros estados depresivos menores que pueden provocar astenia temporal, desánimo, fatiga psicológica, insomnio o desgana generalizada.

Son enfermedades de mayor o menor gravedad, según la intensidad con la que se manifiestan, o síndromes relativamente dignos de atención clínica o psicológica, en función de variables cuyo diagnóstico y tratamiento solo corresponde, desde luego, a los profesionales cualificados, como neurólogos, psiquiatras o psicólogos.
También se dice que el estrés de la vida contemporánea es causa o consecuencia de alteraciones del ánimo como, por ejemplo, la ansiedad, tan ligada, muchas veces, a determinados procesos depresivos.
El caso es que, por una u otra razón, esta época que nos ha tocado vivir es propicia a unos desórdenes psicológicos que fueron menos frecuentes en tiempos pasados.

Claro que no falta quien, aprovechando que el Pisuerga de la depresión pasa por el Valladolid de nuestros días, adopta síntomas propios de estados depresivos patológicos, aplicándolos con un cierto éxito a sus circunstancias personales, con el fin de obtener un rédito éticamente ilícito, pero materialmente sustancioso.

Estos comportamientos acaban creando una tipología depresiva atípica que suele derivar en diversas formas seudodepresivas nada clínicas, tales como la depresión prêt-à-porter, la depresión a plazo fijo, la depresión a la carta, la depresión a interés variable, la depresión utilitaria o la depresión intensiva.

De todas ellas, es esta última la que merece, tal vez, un análisis más cuidadoso. La depresión intensiva, nada tiene que ver, como pudiera parecer a primera vista, con el grado de fuerza con el que se manifiesta, sino con el horario en el que se aplica. En realidad, su régimen de implementación es similar al de la jornada intensiva que algunas empresas tienen establecida durante los meses de verano.

Es, sin duda, una depresión-no-clínica muy conveniente. El gesto de angustia se intensifica en los momentos clave, siempre dentro del horario apropiado, claro está, y delante de las personas adecuadas, por supuesto.
Luego, de vuelta a casa o al ambiente laboral, se recupera la normalidad más absoluta, mejorada, incluso, por la inducida languidez espiritual, practicada con esmero durante la jornada intensivo-depresiva.

Con el tiempo, la depresión intensiva pierde su eficacia comercial y se ve abocada a transformarse en otras manifestaciones de la conducta selectiva. Entre ellas cabe mencionar la afectada indiferencia, el despego y el suave desdén matizado por un falso orgullo enaltecido.
Lo más triste de estas actitudes es que suelen estar dirigidas contra la lealtad y en defensa de intereses envilecidos. Además, son un terrible agravio para quienes en verdad están afectados gravemente por situaciones depresivas serias, en ocasiones provocadas por los practicantes de cualquiera de las seudodepresiones antes citadas.

No se puede descartar que estos depredadores-depresivos tengan grabadas en su subconsciente unas determinadas jornadas intensivas laborales, de las que solo sean capaces de renegar de palabra.
Y es que dicen que la felicidad es muy mala para proteger los intereses creados.

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