sábado, 1 de enero de 2011

Lo que importa

Nos empeñamos en dar enorme valor a lo que no importa.
Probablemente es un vicio de la sociedad demasiado civilizada. O del exceso de bienestar. O, quizás, de nuestra propia tontería.
Pero el hecho es que valoramos lo superfluo y despreciamos lo importante... siempre que lo tengamos, claro está. Porque cuando lo verdaderamente importante falta, todo lo demás tiende a desaparecer.
Nuestra sociedad, nuestras vidas, han ido alcanzando unas cotas de seudoplacer que desvanecen, en el día a día, lo que nos debería preocupar, en todo momento, por encima de cualquier otra cosa. Suele ocurrir cuando lo fundamental lo damos por seguro.

Muchas veces se nos olvida, por ejemplo, la inmensa importancia que tienen cosas tan obvias como la salud (que suele considerarse garantizada hasta que nos abandona), el cariño de las personas a las que queremos o, aún peor, la propia presencia e, incluso, la vida misma de estas personas.
Sin embargo, damos enorme trascendencia a un error de los demás, aunque esos "demás" sean quienes nos quieren. No es infrecuente castigarnos a nosotros mismos imponiéndonos severas e inmerecidas penas, como el enfado y el distanciamiento de quienes queremos y nos quieren, justificándonos en esa natural facilidad que tenemos para sentirnos ofendidos por lo que hacen otros.
Podríamos decir que son reacciones infantiles de no ser porque los niños, mucho más inteligentes que los adultos, son infinitamente más proclives a rectificar que sus mayores. ¡Qué razón tenía aquel antiguo filósofo chino que dijo que los adultos no son más que niños que han olvidado todo lo bueno de la infancia!

Y, claro, en nuestra profesión nos pasa lo mismo. Hay ocasiones en las que, obsesionados por hacer algo diferente, original y equivocadamente creativo, se nos olvida lo más importante: lo que estamos anunciando. No es una exageración lo que digo. Todos podríamos poner cientos de ejemplos de campañas "brillantes" que no seríamos capaces de identificar con el producto o servicio que debería protagonizar el anuncio. Digo "debería" porque es evidente que, si no lo recordamos, es que no lo hace.
Olvidar "lo que importa" es uno de los pecados más habituales de la publicidad contemporánea, de esa publicidad que, en ocasiones, da más importancia a la notoriedad del anuncio que a la del propio producto que lo firma.

No voy a pretender relacionar aquí qué es lo que importa en la vida. Sería apropiarme indebidamente de una capacidad de juicio que no me corresponde. Pero es, desde luego, innecesario: con pequeñas matizaciones entre unos y otros, todos lo sabemos.
Lo malo es que la manera más frecuente de darnos cuenta de ello es la que nos llega en forma de golpe inesperado.
La fábula clásica de la paloma y el cuervo es una buena y conocida historia que nos sirve para recordarnos que modificar nuestras opiniones es una muestra de sabiduría. Dicen que Esopo la recitó en Delfos antes de ser asesinado. Y la leyenda cuenta que la fábula se hizo realidad: la paloma se convirtió en cuervo y el cuervo se devoró a sí mismo. Es un relato con una moraleja terrible, contado con ese típico estilo liviano, de apariencia menor.

Hoy es siempre todavía, sí. Pero, ¿y mañana? Mañana, quizás... no lo siga siendo ya.

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