jueves, 27 de noviembre de 2014

Black Friday

Cuando se acerca el mes de diciembre, todos los viernes empiezan a ser negros.
Los pavos ya no pueden dar fe de ello, pero la realidad es que se van aproximando unas fechas en las que las luces de colores contrastan con la oscuridad de los viernes.
Poco importa que en Filadelfia sintieran que el tráfico se complicaba el cuarto viernes de noviembre por culpa de unas rebajas sorprendentes para quienes solo estábamos familiarizados con las de enero y julio.
Pero claro, las rebajas hace tiempo que se generalizaron en las relaciones humanas. 
Y, mucho más, en los viernes. Cuando se atisba el invierno, todos los viernes se van cubriendo de alquitrán, poco a poco.
Es verdad que luego, en enero, serán aún más negros, pero, claro, ya estaremos acostumbrados.

La Navidad aparece en el horizonte de la vida comercial de las ciudades y los conductores hacen un penúltimo esfuerzo, a favor, siempre, de los vendedores de gasolina, para llenar las calles más céntricas y las socorridas rondas de circunvalación.
Porque la circunvalación adquiere especial relevancia en estos viernes negros que empiezan cuando el otoño entra en su último mes y el invierno de la deslealtad se despereza, ultimando los planes para culminar una 'solución final provisional' que haría palidecer de envidia a los muy enloquecidos ideólogos del más trágico disparate de un pasado que no se puede ni debe borrar de la memoria colectiva.

El dramatismo de los viernes negros nada tiene que ver, afortunadamente, con aquello, aunque también se construye desde los cimientos de un desatino que a nada positivo conduce. 

¡Comprad, comprad, malditos! parece leerse en anuncios y periódicos. Y así, alienados por la lucha contra el desconocido misterio que se oculta tras las costumbres adquiridas, a cuenta del inventario económico de una sociedad que camina entre la bulimia espiritual y la estulticia cósmica, las compactas multitudes que antaño anhelaban libertad, hoy se mueven por las avenidas cibernéticas y se deslizan sobre las aceras desgastadas por las suelas de los zapatos de unas masas que han surgido de la nada, aspirando a la más absoluta miseria.

Todos buscan las luces de SEPU, de los Almacenes Rodríguez, de Quirós, de Galerías Preciados... pero siendo incapaces de admirar los escaparates de Madrid-París, por culpa de los grandes soportales que los esconden, los transeúntes pasan de largo por la vida, ignorando lo que se está gestando en las trastiendas de los viernes.
Como dice Cohen, "The ponies run, the girls are young... the odds are there to beat"
Porque los barcos esperan (esperaban), alejados de los muelles de la verdad, para cumplir con la servidumbre de una esclavitud fondeada en la triste bahía de la soledad. De una soledad que genera ingratitud y la esparce por unos mares que contaminan con sus vertidos tóxicos y ennegrecidos... tan oscuros como los viernes de ese próximo invierno que nos amenaza con su recuerdo.

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