miércoles, 12 de noviembre de 2014

Soberbias movedizas

La soberbia es una enfermedad que se presenta bajo síntomas equívocos.
Los especialistas que han estudiado a fondo esta dolencia aseguran que, muchas veces, es difícil de detectar, ya que su sintomatología tiene múltiples coincidencias con otras alteraciones de la salud.
Los frecuentes pinchazos en el pericardio que sienten los afectados por esta enfermedad pueden confundirse con crisis agudas de ira, que, como está documentado por un gran número de estudios clínicos, también se producen, de forma intermitente, en estos casos.

El temor al riesgo de sufrir ansiedad depresiva suele provocar una reacción crónica inversa, capaz de desembocar en una automotivación en cadena que conlleva una hiperactividad de las glándulas supraesquizoides, lo que se traduce en un cuadro psicosomático estable y resistente a los específicos éticos de uso tópico.

Pero no es este artículo el lugar apropiado para una disquisición profunda, bien reflejada ya en un gran número de revistas hipocritocráticas (no confundir con las hipocráticas), sino para trasladar otro tipo de consideraciones, menos científicas y, en consecuencia, más cotidianas y vulgares.

Las soberbias confusas (habituales cuando el paciente se siente aislado de su entorno natural) pueden tener una serie de efectos secundarios indeseables que se traducen, de forma sistemática, en un sentimiento de profunda soledad, derivando en la incapacidad de solicitar la imprescindible ayuda ajena, siempre necesaria para salir del trance.
El movimiento psicológico helicoidal que suele causarlas está originado por lo que se conoce como efecto sacacorchos unidireccional, lo que implica que solo se profundice (insistentemente) en el tapón del propio ego que bloquea la conciencia y, al no tirar de él en sentido inverso, se acabe por hundirlo en la botella, imposibilitando, en definitiva, su extracción. 

El soberbio accidental no sabe que lo es. Por eso no hay que tenérselo en cuenta. Se equivoca, por ir al norte va al sur, cree que el trigo es agua, que el mar es el cielo, que la noche la mañana...
Y, sumido en esos errores, corre riesgos importantes. Entre otros, el de administrarse un tratamiento contraindicado, ineficaz para su mal y que, incluso, puede agravarlo.
No se da cuenta del terreno pantanoso por el que se está moviendo, plagado de pozos ocultos, en los que el fango y la arcilla se mezclan con el orgullo, creando un fluido denso y viscoso del que es muy complicado salir por uno mismo.
Sin embargo, aceptando ayuda es fácil salir de esa masa gelatinosa y espesa que nubla la voluntad e impide moverse en otra dirección que no sea la descendente.

Los científicos ya han descubierto que no todos los tipos de soberbia son iguales. Saben muy bien que hay soberbias defensivas, que no ofenden porque, en el fondo, se están protegiendo de ellos mismos. Pero buena para quien la sufre, no hay ninguna que lo sea.

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