lunes, 17 de noviembre de 2014

Una voce poco fa

Me gusta oír a Callas cantar la cavatina de Rosina (cuyo título suele ser mal traducido, con frecuencia, al español por culpa, quizás, del invertido orden natural de las palabras italianas originales con las que está escrito su primer verso).
Es, desde luego, una de mis óperas favoritas, que procuro escuchar tantas veces como tengo la suerte de coincidir con alguna de sus representaciones, allá por donde voy. Pero nunca se la oí cantar en directo a Maria Callas... ¡cuánto me hubiese gustado!

No deja de ser curioso recordar que la más popular ópera de Rossini, tan aclamada hoy en todo el mundo, fuese un sonoro fracaso el día de su estreno, durante los carnavales romanos de 1816. 
Claro que esto es algo que no debería sorprendernos, teniendo en cuenta la cantidad de realidades vitales que, sin haber sufrido modificación alguna en su naturaleza, pasan del desastre al éxito (y viceversa) con relativa e inconsistente facilidad. Ya decía, hace un buen puñado de siglos, nuestro amigo Heráclito que todo fluye y que nada permanece, poniendo en tela de juicio algunos de los grandes principios del poema de Parménides, el primer gran filósofo metafísico puro cuya obra ha llegado (al menos, en parte) hasta nosotros.

Aunque yo sostengo, modestamente, que ambos hacen un análisis recto y riguroso de la verdad del hombre y de su naturaleza. "Pero tú no volverás", decía el poeta, filosofando tras leer a Machado, lo que no implica que lo esencial no cambie.
Ya sé que es imposible bañarse dos veces en el mismo río. Lo que no es imposible es bañarse una vez y que el baño dure toda la vida. Luego, eso sí, habrá que entonar la melodía de esa canción de Joe Dassin, a cuya letra conviene prestar mucha atención.

Las razones del cambio pertenecen al secreto del sumario universal, que nunca puede ser revelado porque pondría en peligro la integridad de una sociedad que tiene por tendencia aceptar los intereses particulares, bajo la falaz sombrilla de una supuesta libertad que siempre se mueve en la misma dirección espiral, de fuera hacia dentro.
Yo no lo juzgo como maldad, sino como rareza. Porque lo común me parece raro. Es evidente que Neverland es una isla ficticia, por mucho que la Real Academia se empeñe en definir de una manera concreta determinados adverbios de tiempo.

De ahí la trascendencia de la cavatina de la dulce Rosina, dócil y respetuosa... hasta que tocan su punto débil. Entonces (ella misma lo confiesa) se convierte en una víbora, capaz de servirse de cien trampas antes de ceder. Y todo ello, sin perder la compostura ni la brillante suavidad de su voz que, en el caso de la Callas, vienen acompañadas de unos gestos y miradas que solo están al alcance de quien es un genio de la escena, además de serlo de la música.
Porque no es que la voz de Rosina haga poco, no. Lo que ocurre es que en su interior resonó algo que la indujo a un juramento... de esos que se hacen para poder romperlos, justo cuando el llamado punto flaco empieza estar seriamente amenazado por los implicados habituales.

Lindoro-Almaviva y el mismo Dassin, tendrán que cargar con todo. Incluso con la calumnia, si fuese preciso, pues nunca faltará el Don Basilio de turno, dispuesto a lo que sea menester. Ni una Rosina con alma de alondra que lo secunde.

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