lunes, 10 de septiembre de 2018

Cuatrocientas veces

Habían sido, exactamente, cuatrocientas. Las había contado. Le pareció que era un buen número y, además, siempre le había gustado aquella película de Truffaut, sobre todo, por el título.

Ella las apuntaba, con mucho cuidado, en una agenda. Solo ponía una equis, claro, ya que era muy peligroso dejar más información por escrito. En todo caso, la suya era una agenda que hubiese llamado la atención de cualquiera, porque sus anotaciones se reducían a dos letras mayúsculas que unas veces estaban separadas y, otras, juntas: "TX". Casi siempre en ese orden, cuando aparecían las dos.

Desde hacía algún tiempo ya había decidido dejar de escribir equis, pero, cuando se percató de que apenas faltaban unas cuantas para llegar a las cuatrocientas, le pareció mejor seguir hasta alcanzar esa cifra. No quería pasarse, pero tampoco quedarse corta. 

Corría un ajetreado mes de agosto y, entre baños de madrugada en calas solitarias, bajo la distraída mirada de un hippie, seguidos por monótonas tardes observando cómo esforzados surfistas luchaban contra el imprevisible oleaje de la costa atlántica, hizo el recuento definitivo de las equis de su diario. Estaba segura de que unos días antes había anotado la que completaba esa cifra, pero necesitaba estar segura.
Sí, la del último golpe era con la que se alcanzaba el número del título de la película de Truffaut, todo estaba bajo control. La confirmación de este dato despertó su curiosidad sobre la cantidad de tes apuntadas, así que, con algo de pereza, empezó a contarlas. Pero, claro, fue incapaz de terminar, pues (tal como se temía) eran muchas más. Le parecieron tantas que llegó a marearse un poco, por lo que agradeció que fuera un café lo que se estaba tomando en la terraza de Dodin.


La verdad es que siempre le había parecido una incógnita el hecho de que los 'golpes' que recibe el protagonista de la película fuesen cuatrocientos, probablemente por su desconocimiento de la expresión francesa faire les quatre cents coups, que viene a ser algo así como 'meterse en problemas', pero dicho de una forma más retórica y con unas raíces etimológicas que evocan episodios militares y disparos de cañón.
Ella prefería pensar que el título se refería a los golpes que el destino asestaba al chico. Suponía que la cifra, siendo importante, era caprichosa, y le pareció un número redondo y bonito. Por ese motivo decidió darlos con exactitud y precisión, como un acto medido y controlado por su propia voluntad, un acto que llevaba aparejado un indiscutible triunfo para su orgullo.

Sin embargo, su vanidosa teoría distaba mucho de la realidad. La expresión se utiliza para referirse a una persona que lo prueba todo, que pasa por incontables experiencias desordenadas, que lo hace todo, lo vive todo... sin llegar a ningún lugar que signifique haber logrado algo bueno, auténtico o, al menos, positivo. ¡Qué paradoja, escribir cuatrocientas equis y acabar con el alma vacía!
Por eso no es de extrañar que todavía hoy, tantos años después de que marcase la que ella creyó que iba a ser la última equis de su diario, alguien murmure para sus adentros:

–Cette fille a fait les quatre cents coups! 

Porque las equis que vinieron después, no quiso escribirlas en su diario.