lunes, 1 de diciembre de 2014

Quedarse en Lisboa

Le pidieron que se quedase esa noche en Lisboa.
Desde entonces, la expresión 'quedarse en Lisboa' se ha convertido en una de esas frases que pasan a incorporarse al patrimonio lingüístico universal, formando parte para siempre de ese grupo de expresiones populares que parecen decir una cosa y, en realidad, significan otra. 'Brillar por su ausencia' es un buen ejemplo del tipo de proverbios a los que me refiero.

'Quedarse en Lisboa' se puede traducir por algo así como hacer una cosa en un sitio diferente al previsto.
No es muy exacta esta interpretación, pero a mí me resulta casi imposible trasladar al castellano todos los matices que van implícitos en estas tres palabras que, además, adquieren un sentido aún más especial cuando termina el mes de noviembre.
Es similar a lo que sucede cuando tratas de expresar con palabras españolas los breves y contundentes nombres con los que arawacos y yakamalures solían definir a los extranjeros que se adentraban en sus inexploradas regiones selváticas (de los que quienes han leído las célebres aventuras de los líderes del Archipiélago Negro, tienen un bien documentado conocimiento).

Tal vez él debió haberse quedado en Lisboa cuando, en el siglo pasado, le pidieron que se quedase allí... pero sin hacerlo. Puede que su ausencia brillase en la capital portuguesa (sin duda, en otro sitio lo hizo) y que, sin embargo, el fulgor de su presencia en el lugar de su retorno aproximado, resultase, a la larga, fatuo y doloroso.
Es algo que nunca quedó claro, si bien su percepción ha ido evolucionando con el tiempo, lo que no es raro que suceda en estos casos.

Ahora, tanto tiempo después, me dicen que, cuando se reflexiona sobre ello, las conclusiones son contradictorias. Por un lado, se lamenta la tristeza de lo que se acabó mostrando estéril y, quizás, inexistente. Por otro, el hecho de que el destino temporal sustitutivo fuese el de introducirse en el corazón de un poeta andaluz tan importante, cuyos versos fueron cuna de sueños tan olvidados como iridiscentes, ilumina un recuerdo que se resiste a aceptar la iniquidad como trasfondo permanente.

Alguien, con evidente (y, probablemente, justificado) cinismo, le dijo que para 'quedarse en Lisboa' no era necesario 'estar en la inopia'. Y, claro, traer a la memoria esas palabras produce un daño irreversible, al verse obligado a reconocer que el sentido de aquella inopia era el que podríamos identificar con una indigencia, pobreza y escasez espiritual, desconocida entonces y magnificada después.

El riesgo principal de todo ello no es otro que 'haberse quedado en Lisboa' para no regresar nunca, lo que implica una contradicción de tales proporciones que ni los arawacos serían capaces de resumir en dos cortas palabras.
Es entrar en un limbo del que solo se podrá salir cuando el poeta de Moguer recupere su vigencia y regrese vivo de su exilio voluntario. Algo que, a todas luces, es improbable que suceda (aunque aceptamos que no es, del todo, imposible).

Por otro lado, se plantea un problema secundario para solucionar este dilema existencial... ¿será preciso volver a quedarse o, por el contrario, habrá que marcharse para que el regreso sea posible? 
Tendremos que buscar la respuesta en una nueva edición de las obras completas de Juan Ramón Jiménez que, como todos sabemos, están pendientes de ser editadas por culpa de una controversia que aún tienen sin resolver sus dos principales editores.

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