jueves, 11 de diciembre de 2014

Ojo que no ve...

El corazón no siente cuando el ojo no ve lo que no quiere ver.
Esto es, más o menos, lo que viene a decir la vieja sentencia que Zaratustra atribuía al sexo femenino, cuando eran ambos ojos los que no veían (en realidad, 'no miraban') lo que no convenía, con el fin de mantener fríos sus sentimientos.
Mi amigo Mala Estrella, por el contrario, utilizaba un refrán parecido (creo que de su invención) para referirse a lo que le sucedía, en una situación similar, al sexo masculino del género humano: 'Ojos que no ven... bofetada que te pegas'.

Ambas frases encierran un pensamiento físico-filosófico que yo no voy a cuestionar, aunque sí me gustaría reflexionar, brevemente, sobre lo que ocurre cuando solo es un ojo el que no ve.
Esta circunstancia sucede cuando la persona que quiere acompasar los latidos de su corazón (o la amígdala de su cerebro) a los intereses particulares del momento, no desea perder del todo la perspectiva de lo que sucede a su alrededor.
Para poner en práctica con éxito esta técnica conviene estar bien entrenado, ya que, en caso contrario, se corre el serio riesgo de cerrar el ojo equivocado y mantener abierto el que deberíamos retirar de la realidad, lo que podría traer aparejada la desagradable consecuencia de observar la verdadera naturaleza de lo que se siente y poner en peligro la necesaria frigorización cordial que se pretende con el guiño continuado del occhio della verità (que es como la boca, pero no muerde).

En la complicada vida contemporánea es mucho más aconsejable utilizar el método del ojo individual que el, más tradicional, cierre de ambos, puesto que con el permanente ajetreo personal, familiar y profesional que conlleva la frenética actividad de nuestros días, siempre podríamos acabar dando la razón a Mala Estrella, incluso sin pertenecer al sexo masculino.

Otra de las ventajas de cerrar solo un ojo a la verdad es que el funcionamiento emocional del corazón se ralentiza, sin llegar a paralizarse del todo, lo que permite seguir manteniendo sentimientos solidarios con la pobreza de los niños en África o sentir moderadas palpitaciones cada vez que vemos el anuncio de la lotería de Navidad en la tele, por ejemplo.
Eso sí, aleja categóricamente otras emociones más cercanas y, desde luego, deja al margen de cualquier sentimentalismo ñoño y trasnochado a las personas que han demostrado que nos quieren y siguen empeñadas en ello cuando ya no nos interesa que lo hagan.

He oído que se están poniendo de moda unos parches de fantasía, fabricados en China, que causan furor en los colectivos más sofisticados. Se venden por Alibaba.com, bajo la marca Zoroastro y creo que son la última tendencia entre sirenas y cariátides. 
Y es normal que esto suceda, porque la actualidad comercial debe estar atenta a lo que demanda la sociedad. Todo evoluciona y no era lógico que la insensibilidad siguiera siendo indiscriminada en un mundo cada vez más preocupado por la ecología, la comida biológica y la inteligencia emocional, valores que se adaptan a la perfección a estos parches oculares que suelen venir combinados con sistema de cupones para participar en el sorteo de viajes al paraíso de 'Irás y no Volverás'... ¿o eso era un castillo? 

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