lunes, 15 de diciembre de 2014

Mosquitas, moscas y moscones

Abundan más en verano, eso es cierto, pero, en algunas de sus manifestaciones, no dejan de estar presentes en todas las épocas del año.
La gramática nos enseña que mosquitas y moscas pertenecen al género femenino, mientras que los moscones están englobados en el masculino. Y la gramática, en este caso, es sabia, porque el género de unas y otros se corresponde con su habitual naturaleza biológica (pese a las excepciones, que existen). 

Los más molestos suelen ser los más grandes, los del género masculino, ya que, cuando se trata de dar la lata, el tamaño sí importa. Y también el ruido, claro. Los moscones revolotean obsesivamente alrededor de sus posibles víctimas, a las que aburren con su incómodo e impertinente vuelo, siempre próximo a los órganos externos más sensibles y menos protegidos, como los que facilitan los sentidos de la vista y el oído. Cuando, además, se hacen sensibles al tacto, la cosa se pone peor, y ya no digamos si interviene el gusto.
En aquellas ocasiones en las que el olfato percibe, con claridad, su presencia, los moscones se hacen, de todo punto, insoportables.

Pese a todo, no son los más grandes los más peligrosos para la salud. 
Las enfermedades más graves las suelen transmitir moscas y mosquitas. La famosísima mosca tsé-tsé es un buen ejemplo de lo que digo.
En los últimos años, los científicos han descubierto un nuevo tipo de glossina (la Glossina delirans) cuya picadura causa una enfermedad del sueño diferente a la que produce la más conocida Glossina morsitans, que es la responsable de la tradicional.
El parásito que transmite la delirans tiene unos efectos diferentes al de la morsitans, afectando al sueño onírico más que al físico y dejando al individuo infectado en un estado de ensoñación psico-traumática permanente, de la que no suele recuperarse.
Otro peligro de la delirans es que su campo de actuación no se reduce al continente africano, como sucede con la morsitans, sino que está presente en todo el mundo y, muy especialmente, en los climas templados.
La falta de vacuna y ausencia de estudios clínicos contrastados sobre esta grave patología, convierte a la Glossina delirans en una seria amenaza para la salud pública, contra la que una profilaxis permanente e intensiva es el único remedio conocido, ya que, una vez infectado, no pueden aplicarse otras medidas que las paliativas. No tiene cura.

Luego están las mosquitas. Y, en este grupo, debemos distinguir a las vivas de las muertas.
En contra de los que parece lógico (y sería lo normal), las últimas son mucho más mortíferas que las primeras. El motivo principal de esta diferencia, a la hora de evaluar sus efectos, es el grado de indefensión que provocan unas y otras. Las vivas se mueven, alegremente, en espacios habitados convencionales y, careciendo de la pesadez de los moscones, no conllevan, en la mayoría de los casos, riesgo alguno.
Por el contrario, las muertas son peligrosísimas. Su aspecto es tan inofensivo que nadie se protege de ellas. El contagio se produce con el simple contacto y, a veces, puede llegar a suceder tan solo por una cierta proximidad, ya que sus efluvios son nocivos.

Además, las mosquitas muertas actúan, por igual, en todas las estaciones del año. Son inmunes al frío y al calor (algo que es fácil de comprender, dada su supuesta condición de 'muertas'). No es fácil librarse de su altísimo grado de letalidad, pero, como de algo hay que morir, quien perezca por esta causa, lo mejor que puede hacer es aceptarlo con deportividad.
Y, si aún está a tiempo de evitarlo, que haga como Nicola di Bari en el 71 y que se aleje de la zona de riesgo, cantando aquella bonita canción...

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