martes, 16 de diciembre de 2014

El Método Escarlata

"Escarlata O'Hara no era bella, pero los hombres no solían darse cuenta de ello hasta que se sentían ya cautivos de su embrujo...".

Así empieza la gran novela de Margaret Mitchell, uno de los libros más vendidos de la historia. Sin embargo, en la versión cinematográfica, Escarlata sí era una chica guapa, aunque es muy cierto que tenía otras cualidades mucho más notables.
Escarlata era una mujer fuerte, tenaz, decidida... y muy poco escrupulosa.
Si, al principio de la narración, Mitchell nos la presenta como una niña caprichosa y mimada, a medida que los desastres de la guerra se van cebando en su familia (como en tantas otras, claro) ella saca fuerzas de donde no parecía haber más que apego a la vida fácil y a un romanticismo que estaba a punto de sucumbir y convertirse en trasnochado, como todo su mundo.

Pero no es de esto, ni de la belleza (existente o no) de Escarlata de lo que yo quería hablar, sino de una de sus virtudes (a mí me parece una virtud, aunque estoy convencido de que mucha gente opinará lo contrario) que, en mi opinión, encierra toda una filosofía vital muy recomendable. Me refiero a su peculiar forma de afrontar los problemas que la agobiaban, por muy graves o inminentes que fueran. Yo lo llamo el Método Escarlata.

Su aplicación requiere unas ciertas dosis de sangre fría y, desde luego, una capacidad de autocontrol que no está al alcance de todos.
El momento ideal para poner en marcha el método es por la noche, cuando nos vamos a la cama.
La mayoría de las personas se acuestan dando vueltas a sus problemas y, algunos, hacen eso que, vulgarmente, se llama consultar con la almohada. Algo que Escarlata O'Hara no hacía nunca. Ella, por el contrario, siempre solía decir, cuando, recién acostada, los problemas empezaban a dar vueltas alrededor de su cabeza:
– Ahora estoy muy cansada. Ya lo pensaré mañana –acto seguido, se daba media vuelta y se quedaba dormida.

Es el Método Escarlata.
Un eficacísimo sistema para quitarse de encima agobios añadidos a los reales y evitar que una angustia se multiplique sin remedio.
Su funcionamiento se basa en varios axiomas universales. 
El primero de ellos es que siempre se está más lúcido después de haber descansado bien.
El segundo, que, a la luz del día (y, más aún, tras un buen desayuno) los problemas parecen menores (las penas con pan son menos, mientras que, de noche, todos los gatos son pardos).
Y el tercero y fundamental, consiste en el hecho, tantas veces constatado, de que una buena parte de los problemas que parecen irresolubles, se resuelven solos.

Yo llevo practicando el Método Escarlata (sin saber, al principio, que lo compartía con la señorita O'Hara) desde que nací. Por cierto, muchos niños lo hacen. Y, con ello, nos demuestran que sus mentes funcionan de una manera más lúcida que las de la mayoría de los adultos.

No quiero decir con ello, ni mucho menos, que utilizarlo sea garantía de tener todo resuelto en la vida, no. Pero puedo dar fe de que nuestro cerebro vive así mucho más sano, liberado de cargas compulsivas crónicas innecesarias.
Porque, además, hay una cuarta ventaja que no he mencionado antes: es muy probable que, al despertar, se nos haya olvidado eso que tanto nos inquietaba en la oscuridad de la noche, enredado entre unas sábanas que casi no dejan volar nuestros pensamientos hasta que se los entregamos, por unas horas, al bueno de Morfeo.

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