miércoles, 17 de agosto de 2016

Matermania

Sé que nadie va a creer esta historia. Yo tampoco la creí cuando me la contaron. Después, tuve la oportunidad de comprobar que era rigurosamente cierta. Hoy la comparto, dejando a salvo la identidad de los protagonistas, que aún viven.

Sucedió hace años. Rómulo y Giulia eran amantes. Y, como suele ser una constante en estos casos, con familias enemigas y sin posibilidad de reconciliación, aunque, bien es cierto que esta vez no era por motivos ancestrales ni anteriores a la relación entre ambos, lo que ya es más infrecuente y no deja de tener mucha más lógica.
Rómulo y Giulia estuvieron viéndose a diario durante dos décadas. Exactamente. Ni un día más y ni un día menos. Cuatro lustros. Sobre ellos siempre se cernía el riesgo de ser descubiertos, algo que en unas ocasiones les preocupaba y en otras no. Y me parece normal que fuese así, dado el largo tiempo transcurrido. Una vida como esa, mantenida durante tantos años, da lugar a infinidad de altibajos y cambios de todo tipo.

La familia de Giulia era la que más recelaba. Llovía sobre mojado (empapado, dicho con más propiedad) y eso provocaba que las sospechas fueran constantes. Sin embargo, Julia parecía no sentirse alterada por ello. Ni un solo día dejó de reunirse con Rómulo en aquella apartada gruta que se decía había estado consagrada a la diosa frigia Cibeles en los lejanos tiempos de la antigüedad.

Giulia parecía determinada a algo, pero nunca se supo a qué. Pasaron los días, las semanas, los meses, los años... y todo seguía igual. En su relación afectiva no cambió nada. Al menos, externamente. El cariño era firme, sereno, tranquilo, constante... sin dejar de ser apasionado y fuerte. Mantuvieron su amor en secreto durante siete mil trescientos cinco días, que son, contando los bisiestos, los que corresponden a veinte años.

Solo podían estar juntos un rato cada día, ya que la vigilancia de las familias era estrecha y permanente, en especial (como ya hemos señalado) por parte de la de Giulia. Pero a Rómulo no le importaba, porque salía de aquella cueva impregnado del perfume que la envolvía a ella. Era un aroma intenso, profundo, que se fundía con la piel y permanecía en ella hasta el día siguiente. Cuando ya empezaba a desaparecer, volvían a encontrase y se renovaba el milagro.  Porque para Rómulo era como un milagro obrado por la diosa, señora todopoderosa de la cueva milenaria, el que el olor de aquel perfume se sintiera más al separarse que mientras estaban uno al lado del otro.

Rómulo le decía todos los días a Giulia que siempre estarían juntos. Y Giulia nunca respondía. Estuvo veinte años sin contestar (él tampoco se lo pedía, la verdad). Solo le escuchaba y sonreía. Ni siquiera asentía con la cabeza.

El día siete mil trescientos seis, al llegar, como cada tarde, a la cueva de Cibeles. Rómulo vio que había una antorcha encendida. Junto a ella, en el suelo, un látigo hecho con corteza de árbol y cuatro palabras, escritas sobre la arena, "Amori et dolori sacrum". 
Giulia no estaba. Él se sentó a esperarla y allí se quedó hasta que la antorcha se apagó, muchas horas después. Giulia no volvió nunca más.



A Rómulo le dijeron que Giulia estaba bien. El conflicto con su agobiante familia se resolvió por la vía más expeditiva. Se acabaron las presiones, las amenazas, el miedo... 
Giulia se separó, por fin, de aquella familia que tanto había abusado de ella en lo anímico y, sobre todo, en lo económico.

Dicen que Rómulo sigue yendo a la gruta, esperando inútilmente el regreso de Giulia, quien, por lo que me cuentan, no ha vuelto por allí en los últimos doce años, desde aquel día siete mil trescientos seis, en el que no se presentó a su eterna cita. Menos mal que, por alguno de esos misterios sin resolver de la naturaleza (o de la diosa Deméter, que viene a ser lo mismo), su aroma permanece allí. Apenas se nota mientras Rómulo está en la cueva, pero al irse le acompaña, como si surgiese de su propia piel, y en ella se mantiene vivo durante el tiempo justo... hasta que regresa la siguiente tarde a la sagrada gruta de la Mater Magna. 
La diosa nunca falla. Aunque su imagen lleve veinte siglos fuera de su santuario.

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