martes, 2 de agosto de 2016

La crueldad en el escarnio

Hay muchos tipos de escarnio. La mayoría de ellos son tan soeces y groseros que no merecen ni ser comentados. 
Sin embargo, siempre han existido otros, más sutiles y refinados, que son paradigma de crueldad aparentemente discreta. Suelen ser esos que se centran en el mundo de los sentimientos, ya que, al ser más íntimos, tienen la dudosa virtud de alcanzar sus objetivos con menos revuelo a su alrededor.

En el mundo de la ficción, por ejemplo, hay multitud de casos que reflejan los distintos niveles de una realidad que nunca ha dejado de estar de moda.

Hay dos célebres arias de ópera que reflejan muy bien dos escalones de escarnio público ligeramente diversos. El más agresivo lo tenemos en la celebérrima habanera de Carmen (Bizet). Una bonita canción, sin duda, pero capaz de poner nervioso a quien se enfrente a ella sin tener bien presente que solo se trata de una escena dramatizada sobre un escenario. Yo, de todas formas, prefiero escuchar la versión de Maria Callas (cuyo elegante estilo suaviza la crudeza de su contenido) y, claro está, sin imágenes, ya que la inmensa mayoría de sus puestas en escena resaltan una vulgaridad que debería estar mucho más contenida.
El otro escalón, algo más festivo y que tiene el interés añadido de parecer dirigido a quien no lo está, es el vals de Musetta (Puccini), de apariencia mucho más dulce que el anterior, pero que se clava como un puñal en el corazón de todos los marcellos que hay sueltos por ahí. Como la canción está enmarcada en una escena compleja y, pese a su extraordinaria belleza, aparece en la obra como una pieza casi secundaria, he preferido presentarla aquí en una versión de recital, para que no se disperse entre la habitual parafernalia colorista que envuelve el comienzo del segundo acto de La Bohème.

Dos buenos ejemplos de escarnio con crueldad, si bien la segunda está suavizada por un matiz irónico-festivo que nos da a entender que es parte de un juego, mientras que la de Carmen pone los pelos de punta y ya en ella se barrunta un desenlace trágico.

El cine también es pródigo en escenas de refinada crueldad sentimental, pero yo no encuentro otra que reúna más elementos notables para ocupar el lugar más alto del podio que la protagonizada por Ingrid Bergman ante un atribulado Dooley Wilson que sabe lo que se le viene encima. "Play it once, Sam, for old time's sake", dice Ilsa mientras la cámara fotografía el lado izquierdo de su cara en esa toma de tres cuartos que, con su eficaz filtro y sin color, produce vértigo. Luego, un plano algo más corto, ya casi de perfil, para disimular un poco (que no cuela) y, enseguida, el cruel y sofisticado escarnio delante de todos (Paul Henreid también se lleva lo suyo, desde luego).

Deberíamos dejarlo para el cine, el teatro, la ópera o la literatura, en general, aunque, por desgracia, el escarnio se da con demasiada frecuencia en la vida real. 
Tal vez podríamos alcanzar un consenso para que, al menos, quedase circunscrito al normal, el grosero y vulgar... Pero no, no parece fácil, la verdad.

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