miércoles, 25 de febrero de 2015

Ventanas pretéritas

No recuerdo quién dijo que la diferencia entre la verdad y la mentira radicaba en el paso del tiempo. Creo que fui yo.
Pues con las ventanas pasa algo parecido. Cuando miras a través de ellas hacia el futuro, siempre se ve una tarde azul de verano tras los cristales. Sin embargo, cuando miras hacia el interior de su pasado, sueles encontrarte con una tonalidad anaranjada que recuerda mucho a un atardecer de otoño, aunque se produzca a primeros de septiembre.

Las ventanas son muy suyas. Son ojos en los espíritus de los edificios. Porque las casas, los rascacielos... los hoteles, tienen sentimientos. Esto es algo que ya casi nadie duda.
Pero las emociones no son siempre verdaderas. Ni siquiera las de los inmuebles o sus componentes. Y las ventanas contribuyen, de forma notable, a engrandecer esas mentiras.
No es que sean malas, no. Eso es una leyenda que no comparto en absoluto, aunque ellas mismas la utilicen para mantener una postura de cierto victimismo y no reconocer la realidad. Esta tozudez de las ventanas no la tienen, por ejemplo, los balcones. Y, aún menos, los miradores o las terrazas.

En una ocasión, un amigo que iba para arquitecto me comentó un problema que había tenido con una ventana. Desde luego, era un problema muy grave, pese a lo que mi amigo no guardaba rencor a la ventana.
– No puedo enfadarme con ella porque me haya mentido –me decía –. Una ventana mentirosa lo es por naturaleza, no lo hace con mala intención... sería como enfadarme con una ventana grande porque es grande o con una pequeña por serlo.

La explicación de mi amigo me dio mucho que pensar. Durante años estuve dando vueltas a su forma de juzgar a las ventanas. Puede que tuviera razón. Desde entonces me tomo muy en serio estas doctrinas deterministas antes de ponerme a opinar sobre el comportamiento de cualquier ventana, por muy mentirosa que haya demostrado ser con el transcurso de los años. Ahora siempre pienso que es posible que no haya tenido otra salida (si hubiese sido una puerta, es distinto, claro). Para una ventana normal es complicado tener una salida ante ciertas situaciones. Imaginemos, sin ir más lejos, que el edificio sobre el que se encuentra instalada la está amenazando con echarla de su fachada. ¿Qué puede hacer la pobre ventana? ¿Quedarse sin pared sobre la que sujetarse? 
No parece, en un caso supuesto como el que se me ha ocurrido sobre la marcha, que la ventana tenga más alternativa que cerrar sus persianas (tal vez hasta correr sus visillos y cortinas) y, renunciando a esos escenarios azules del exterior, quedarse sumida en una penumbra transitoria hasta que escampe la tormenta. El riesgo, desde luego, es que la situación se convierta en permanente y el acceso al mundo que está ahí fuera quede tapiado y, en consecuencia, vedado para los restos.

Y, luego, queda la cuestión ética. Pero eso es harina de otro costal. Exigir a una ventana del pasado que tenga principios morales parece pedir demasiado. Bastante tienen ellas con disimular ante las otras ventanas que las rodean y aparentar que siguen como si tal cosa... que la vida de una ventana pretérita es muy dura en estos tiempos que corren.

No hay comentarios: