lunes, 2 de febrero de 2015

Ignorancia

La ignorancia es la parte fundamental de nuestro conocimiento.
En cierto modo, podríamos compararla con el olvido, que como bien dijo William James, es la principal función de la memoria.

Nuestra ignorancia es tan grande que ocupa casi todo el espacio reservado para el saber, un territorio, por cierto, que en la mayoría de los seres humanos está reservado, de forma casi exclusiva, a lo empírico. Esto es poco discutible, teniendo en cuenta la escasa disposición de la mayor parte de la raza humana a practicar aquello que más la distingue del resto de las criaturas: pensar.

La realidad es que, pensando o no, empírica o racionalmente, el conocimiento es mínimo y la ignorancia enorme. Por eso la experiencia suele ser el patrón por el que se rige el comportamiento del hombre (entiéndase 'hombre' con la interpretación abstracta clásica, es decir, la que se utilizaba para referirse a los humanos cuando no era preciso decir 'miembras' para mencionar a los componentes femeninos de un colectivo determinado).
De hecho, yo siempre he creído que el sexo femenino es, aún, más proclive al empirismo que el masculino, basándome en sus mejor desarrolladas cualidades para la observación y puesta en práctica de las experiencias vitales adquiridas y heredadas.

Pero no va esta reflexión de lo masculino y lo femenino, sino del conocimiento y la ignorancia.
Si aceptamos la certeza de mi primera frase, entenderemos muy bien la causa por la que todos actuamos, juzgamos y concluimos con tanta tendencia a la parcialidad. 
La parcialidad (la parcialidad subjetiva) es inherente a nuestro comportamiento y suele ser la base de nuestras opiniones, lo que sería (aparte de comprensible) digno de perdón si esta subjetividad fuese expresada y puesta en práctica con un respeto y prudencia propios de ese sabio comportamiento socrático, que es tan poco habitual en el mundo.

Es curioso que los mayores sabios sean, precisamente, los que mejor asumen su propia ignorancia. Una prueba de sabiduría es, por el contrario, muy mal encajada por una humanidad que, pese a su falta de conocimiento, sí tiene el suficiente instinto para entender que aceptar que los sabios son ignorantes, trae como inevitable, evidente y flagrante consecuencia reconocer la suya propia. Elevada, eso sí, a la máxima potencia.

No es preciso tomar la cicuta para demostrar una actitud razonable. Pero sí me gustaría ver a todas esas personas que defienden su particular verdad con profunda e ignorante soberbia, un poco más predispuestas a aceptar que no son portadoras de mayor certeza que la recibida de su limitada experiencia o de su siempre menguada sabiduría.
Nunca es tarde para escuchar con humildad y juzgar con prudencia. 
Lo más triste no es la ignorancia en sí, sino creer que es mucho lo que se conoce y no aceptar que es casi todo lo que ignoramos.

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