viernes, 31 de enero de 2014

La chica de Saint-Malo

Estaba mirando por la ventana, apoyada en el alféizar con gesto despreocupado. De pronto, levantó la cabeza y miró fijamente al objetivo, con una profunda expresión de tristeza reflejada en sus grandes ojos oscuros.
Tendría entonces unos veinte años y una melena negra que caía sobre sus hombros.
Todo en Saint-Malo permanecía imperturbable al paso del tiempo, las calles, los edificios, la muralla...
Por un momento, el fotógrafo pensó que la chica de la ventana también sería inmutable y que aquella imagen que quedó fija en su retina seguiría allí para siempre.

Pasaron más de cuarenta años. Cuarenta años en los que el fotógrafo nunca tuvo la ocasión de volver a Saint-Malo. La vida le había llevado por otros caminos, alejados de esa parte de Bretaña.
Pero Saint-Malo, cuna de marineros, corsarios y exploradores, nunca deja de llamar a quienes, en el fondo de su corazón, desean volver a pisar sus calles empedradas y mirar al mar embravecido desde su muralla. Así que un día, el fotógrafo volvió a Saint-Malo. Él no quería pisar sus calles, ni ver cómo las olas batían contra la línea de la costa. El fotógrafo solo quería encontrar aquella ventana y ver, de nuevo, a la chica morena apoyada en el alféizar.
No recordaba la dirección, pero durante cuarenta años había llevado esa foto en su cartera, esperando el momento de su vuelta.
Recorrió las estrechas calles con la foto en la mano, observando cada fachada, cada ventana, cada dintel, cada esquina...
No fue fácil, pero la encontró. Allí estaba la casa, frente a él. Y allí estaba la ventana, medio abierta y con unas flores rojas adornándola. Sin embargo, la chica de los ojos grandes y oscuros no estaba. El fotógrafo no daba crédito a lo que veía o, mejor dicho, a lo que no veía. Por un momento, dudó. Pensó que se había equivocado de ventana, aunque pronto se convenció de que no era así. Una contraventana rota del piso inferior le dio la clave. Como en la foto, le faltaba una hoja completa y a la otra, un trozo de forma inconfundible. ¡Era su ventana!

El fotógrafo no se repuso del golpe recibido. Llevaba más de cuarenta años mirando a diario esa ventana y en ella nunca había dejado de estar la chica morena de grandes ojos oscuros.
Allí había estado siempre, con su melena negra y su cara triste y misteriosa. Estuvo en París, en Lyon, en Ginebra... también estaba cuando viajó por toda Italia... ¡y hasta en Egipto, a las orillas del Nilo!

¿Cómo era posible que la vida hubiese pasado tan deprisa y se hubiese llevado a la chica de Saint-Malo? ¿Por qué no había regresado antes a buscarla? ¿Por qué no seguía asomada a su ventana, como aquel día, si todo en Saint-Malo estaba igual que antes?


Yo no tengo respuesta a las preguntas del desolado fotógrafo. Tal vez ocurre que la vida es un océano por el que navega nuestro barco con rumbo incierto. Un océano demasiado grande para una singladura tan corta como la nuestra, en la que cuarenta años nos parecen, apenas, veinticuatro horas.
Puede que las ventanas no estén hechas para mirar, sino para poder escapar por ellas de una ciudad anclada en el tiempo y en la piedra, rodeada por el mar y por su inconquistable muralla...
No lo sé, pero yo entiendo al fotógrafo. Ella debería estar allí... con su pelo negro y sus ojos grandes. Creo que yo, en su lugar, también hubiese esperado encontrarla.


El fotógrafo deambuló, distraído, por las calles. Acabó sentado frente al mar, sobre el muro de piedra del paseo. Y allí siguió varias horas, sin dejar de mirar su vieja foto.
Ya era casi de noche y el viento y las olas arreciaban por momentos. De pronto, una ola estalló con fuerza bajo sus pies y subió, convertida en brillante espuma voladora, muy por encima del muro, arrebatándole con violencia la foto, como lo hubiera hecho el mismo Neptuno, cabalgando furioso sobre uno de sus blancos caballos.
Pero él, con la mirada perdida en las turbulentas aguas, solo veía una ventana, una melena negra... y unos ojos tristes, grandes y oscuros que no dejaban de mirarle fijamente.

1 comentario:

moninauta dijo...

Muy buen relato, conozco Saint Malo y pude imaginar todo alli. Gracias.