jueves, 23 de enero de 2014

Orgullo y teclado

Si Jane Austen hubiera nacido dos siglos más tarde, es probable que el título de su obra más famosa fuese otro. Y no porque orgullo o prejuicio no estén a la orden del día en nuestro tiempo, sino porque hoy se ejercen, fundamentalmente, a través de unos medios diferentes y (parafraseando la famosa expresión de Tejero en el Congreso de los Diputados) electrónicos, por supuesto.

Y es que, entre los primeros medios interactivos y los actuales, hay diferencias muy notables.
El correo convencional, por ejemplo, aunque permitía interactuar con eficacia, solo era adecuado para la comunicación individual, siendo, además, muy lento.
La prensa fue un gran avance como medio interactivo, en especial desde que empezaron a popularizarse secciones como la de las cartas al director, que ofrecía la posibilidad a los lectores de comunicar sus opiniones a terceros y, desde luego, al propio periódico.
Llegó el teléfono, en sus diversas versiones, y con él se agilizaron de forma extraordinaria las comunicaciones de ida y vuelta, incluso entre varias personas, gracias a las multiconferencias o el manos libres. Y el teléfono, combinado con la radio o la televisión, mejoró en rapidez, alcance y eficiencia la interactividad de las cartas al director de la prensa escrita.

Pero todos estos medios eran (son) muy limitados desde el punto de vista de la comunicación de masas interactiva.
Así que hubo que esperar a que internet se popularizase para disponer de un medio capaz de cumplir con este requisito.

Internet, como diría Gila, se divide en dos partes: una pantalla y un teclado.
Y, simplificando al máximo, podría afirmarse que la pantalla es el receptor y el teclado el emisor.

Pues bien, es, precisamente, en este punto donde adquiere relevancia la adaptación de la novela de Austen a la realidad de nuestros días.
La pantalla del ordenador sería la ventana, a través de la cual Lizzie Bennet recibiría constante información de su adorado odiado Darcy (interesante apellido, por cierto), mientras que su teclado permanece a salvo de la permanente amenaza que representan sus propios y escurridizos dedos.
¡Cómo disfruta Lizzie fingiendo ante sí misma que no observa ni imagina cada movimiento de Darcy al otro lado de la pantalla!

Entretanto, su (en apariencia) impoluto teclado, barnizado, como no puede ser de otra forma, con el oportuno pincel de un prejuicio inexistente (y, a la vez, imprescindible), se mantiene fiel al orgullo que se juró, poniendo a Dios por testigo y apretando la roja tierra de Tara en el interior de su crispado puño derecho.
"If I have to lie, steal, cheat or kill...", dijo entonces, tras mordisquear el último y raquítico rábano que quedaba en el desolado huerto de su moral.
"God is my witness", insistió, "I'll never be hungry again".

Pero todo se fue con el viento. Todo, menos el orgullo... y el frío teclado de su ordenador.


Nota del autor:
A veces, no sé muy bien por qué, confundo a Jane Austen con Margaret Mitchell.

No hay comentarios: