martes, 28 de enero de 2014

Y los sueños...

Soñar es una de las mayores aventuras del ser humano. Los sueños nos llevan no ya hacia lo imposible, sino mucho más allá. Nos adentran en esa dimensión, a la vez familiar y desconocida, en la que nada es igual a lo que tenemos, sin llegar a ser totalmente ajeno. Poseemos los sueños y ellos también nos poseen a nosotros. En los sueños viven nuestros deseos, nuestras emociones, los sentimientos de los que intentamos escondernos y los que ni siquiera éramos capaces de imaginar.

El sueño está hecho de humo. De un humo especial, mágico, que se hace denso por la noche y se disipa con las primeras luces del alba. Es un humo volátil, ligero al despertar, pero que nos envuelve profundamente mientras dormimos, escribiendo con su onírica pluma una historia paralela y fantástica que enriquece la vida que vivimos despiertos, sin que apenas seamos conscientes de que lo hace.

Puede que pensemos que los sueños se olvidan, pero nunca se marchan de nosotros. Se quedan agazapados en nuestro interior, para renacer cuando volvemos a dormirnos.
Yo soy de los que piensan que el subconsciente es mucho más consciente de lo que generalmente se cree y, desde luego, mantengo que la vida soñada es tan vida como la otra (a veces, más).

Y que me perdonen Freud y Jung, pero lo que no creo es que se deban interpretar los sueños. Por el contrario, estoy convencido de que son los sueños los que nos interpretan a nosotros y, de paso, a las personas de nuestro entorno, a quienes casi nunca somos capaces de entender del todo en la vida que, convencionalmente, llamamos "real".

Por eso me impresionó mucho leer en la prensa la historia de María. Una persona que, con cincuenta años cumplidos, no había soñado nunca.
Al principio no pude dar crédito a la noticia. Pero cuando profundicé en ella y comprobé que su caso había sido estudiado por eminentes científicos y expertos doctores, de prestigio mundial, empecé a aceptar que era un caso real.
Por lo que dicen los periódicos, María padece una extrañísima enfermedad que clínicamente se denomina síndrome crónico de ausencia de sueños, cuyos síntomas son muy simples: jamás, bajo ninguna circunstancia, natural o inducida, es capaz de soñar.
Como es lógico, si María no puede soñar cuando duerme, tampoco es capaz de hacerlo despierta.
Un caso atípico y extraordinario, que pone en tela de juicio todas las teorías universalmente aceptadas hasta la fecha sobre el mundo de los sueños.

Como consecuencia del descubrimiento de esta rareza científica, personalizada en María, ya están surgiendo hipótesis que sugieren la posibilidad de que estemos ante una mutación emocional de la conciencia, precursora de lo que será la humanidad en el futuro.
La rama más radical de este nuevo autodenominado Movimiento Psico-racionalista Onírico, asegura que el caso de María no es único y que ya empiezan a surgir incipientes brotes pandémicos que garantizan que, algún día, nuestro mundo estará lleno de personas como ella, gente incapaz de soñar o de compartir un sueño, para quienes dormir será poco más que un anticipo de la muerte, en lugar de una oportunidad de enriquecer y ensanchar la vida.

Sin embargo, yo sigo dudando... ¿cómo es posible que María nunca haya soñado? ¿Ni siquiera lo ha hecho con cosas tan habituales como peces, marionetas, delfines, tortugas, árabes... o una princesa británica?

Me parece que voy a seguir negándome a creerlo.

No hay comentarios: