viernes, 10 de enero de 2014

Dicen que la soberbia es ciega

Que el amor sea ciego no es una novedad y tampoco resulta raro. Hasta puede que sea bueno, porque si Cupido no llevase los ojos vendados, una parte significativa de la población mundial tendría serios problemas para ejercitar esa manía tan rara de la gente que consiste en "buscar pareja" (algo que me veo obligado a poner entre comillas para dejar clara mi falta de convicción sobre este comportamiento como práctica sentimental, ya que sí lo apruebo, con muy pocas restricciones, desde el punto de vista civil).

Sin embargo, el análisis de otros mecanismos psicosomáticos habituales, como la soberbia, no está tan arraigado en la cultura popular de nuestros días.
Y esto a pesar que la humanidad se debate permanentemente entre la falta de autoestima y el orgullo descontrolado, dos características de la personalidad antagónicas, pero ambas muy frecuentes en los tiempos que nos ha tocado vivir.

La soberbia merece un estudio mucho más profundo. La ética occidental suele juzgarla con los ojos de una moral heredada de las tradiciones religiosas, que la sitúan en el entorno de una gravedad pecaminosa convencional, lo que resulta un tanto contraproducente desde el punto de vista práctico.
Esto es independiente de que la soberbia sea, desde luego, un defecto (más bien deberíamos decir un exceso) censurable. Reprobación que debe acentuarse cuando va unida a una situación de superioridad o abuso.

Pero, además, está claro que la soberbia actúa, como el entrometido Cupido, con los ojos tapados. Y, por si esto fuera poco, produce un efecto cegador y pernicioso para quien se deja dominar por ella.
Por eso puede confundir el hecho de incluir a la soberbia (y a la envidia, claro) en el mismo grupo en el que colocamos a la gula, la avaricia, la lujuria, la ira y la pereza, ya que las consecuencias inmediatas de aquellas y estas son inversas.

La soberbia y la envidia suelen obligar a adoptar actitudes que desembocan en acciones u omisiones contrarias a los auténticos deseos de quien actúa bajo sus efectos, por lo que los más inteligentes casi nunca caen en ellas. Y si, en determinados momentos, hacen gala de una soberbia ficticia es por una mera cuestión táctica y temporal.
Por el contrario, la soberbia real disfrazada de modestia es una catástrofe sin paliativos para quien la practica.

No debemos, por tanto, relacionar la humildad con valores morales, como, por ejemplo, la bondad, ya que son conceptos independientes. Pero sí podemos hacerlo con otros de tipo intelectual, dado que, si bien, la humildad no genera, necesariamente, inteligencia, sí es cierto que casi todos los inteligentes son humildes... en su propio beneficio.

Existe un dicho que afirma que si los pillos supieran lo bueno que es ser honrado, serían honrados por pillería. Pues bien, en este caso está claro que los inteligentes conocen las ventajas de la humildad y, en consecuencia, son humildes por egoísmo. Y es un egoísmo sano, porque se benefician ellos mismos sin perjudicar a los demás, mientras que los soberbios fingen creer que dominan las flaquezas del mundo desde su imaginaria torre de marfil, sin querer reconocer que su supuesta fortaleza no es más que una prueba irrefutable de su debilidad.

Mala cosa es la soberbia ciega. Mala, mala, mala. Por muchas flores y estrellas que lleve en su media melena y a pesar de estar coronada por los rayos de mármol blanco de una virtud falsamente ultrajada, no dejará nunca de ser un adorno inanimado sobre el pórtico de piedra del silencio.

No hay comentarios: