sábado, 11 de octubre de 2014

Insomnio voluntario

Todos conocemos bien el insomnio. Unos por experiencia propia y otros porque han visto cómo lo padecían personas de su entorno, ya sea de forma temporal o permanente.
También sabemos que se define como la dificultad para iniciar o mantener el sueño... en singular. Quiero decir que utilizamos la palabra "sueño" en singular, porque solemos referirnos al acto de dormir (por cierto, este tema es digno de ser tratado con más profundidad, ya que lo de dormir tiene su intríngulis). Sin embargo, hay otro tipo de insomnio que, respondiendo, asimismo, de forma literal a su definición, modifica mucho su significado.
Me refiero al insomnio como dificultad para iniciar o mantener los sueños... en plural.
Esta misma acepción se podría formular en singular (si hablamos de soñar y no de dormir) porque no falta quien, siendo menos ambicioso, solo tiene un sueño.

Este modalidad de insomnio (muy poco estudiado por la ciencia) existe. 
En primer lugar, están los que no se atreven a tener sueños. Es algo triste, pero respetable. Sobre todo porque suele responder a alguna limitación de la personalidad para ilusionarse con metas difíciles de lograr (y más, aún, con las imposibles). 
Luego están los que tienen dificultad para mantener sus sueños. Esto puede producirse por tres motivos. 
El más común es una desilusión profunda, producida por algún acontecimiento de la vida, que desanima tanto a quien la sufre que le resulta muy complicado superarla con éxito y seguir afrontando el futuro como algo aspiracionalmente atractivo.
El segundo es causado por una inestabilidad emocional que produce un efecto errático en lo que se desea, confundiendo a los sueños del individuo en cuestión, que acaban hartos de tantas veleidades y deciden esfumarse para que no les sigan mareando.

Y, por fin, está el último de los tres: el insomnio voluntario.

El insomnio voluntario se da con alguna frecuencia en determinadas personalidades, cuyo ego está más desarrollado de lo habitual, aunque se mantiene discretamente oculto, debajo de la alfombra de la razón interesada.
Es muy práctico. Consiste en soñar a destajo cuando conviene (involucrando, claro está, en los sueños a otros), utilizando tantas herramientas como sean precisas para que los sueños tengan visos de poder hacerse realidad... y, de pronto, ¡zas! (como diría el Marqués de la Moncada a su amigo Don Mendo).
"¡Zas!" quiere decir, en este caso específico, que los sueños desaparecen al instante, dejan de "mantenerse", utilizando la terminología de la definición del concepto original al que se refiere la palabra "insomnio".

Más adelante, cuando vuelva a ser conveniente, se vuelven a conciliar los sueños (también a voluntad del soñador y, la mayor parte de las veces, implicando a terceros diferentes a los anteriores, que ya están amortizados o, al menos, deteriorados).
Desde luego, el verdadero insomne voluntario pasa tantas veces como sea necesario del sueño al insomnio y no tiene reparo en recuperar sueños anteriores, modificarlos o sustituirlos por otros nuevos, en función de las necesidades del momento.
Otra de sus habilidades es la del duerme-vela intermitente. Esta técnica (solo recomendable para ser practicada por los muy experimentados) se basa en mantener tres veces al año (más o menos) el destello fulgurante de un sueño determinado, para volver, de inmediato al insomnio voluntario. Las ventajas de esta táctica son notables y multiplican la versatilidad de las diferentes alternativas que se le pueden presentar al insomne intencional y, sobre todo, mantienen la situación de caos emocional, tan imprescindible para conservar todas las posibilidades abiertas.


Queda, eso sí, una duda en el aire que, hasta ahora, nadie ha sido capaz de resolver: ¿Son felices los insomnes voluntarios?

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