martes, 2 de septiembre de 2014

Electrones y lunares

Desde hace más de un par de décadas, encuentro una cierta similitud entre las órbitas de los electrones y las de algunos lunares.
A mí me parece que se trata de un conocimiento empírico, aunque carece de sólidas bases científicas, por lo que evitaré exponerlo aquí, si bien, eso sí, me gustaría dejar claro que me refiero, por supuesto, a los átomos de hidrógeno, que son mis favoritos.
De cualquier forma, no es procedente insistir en disquisiciones tecnico-científicas de ningún tipo, ya que mi apreciación no pasa de ser una opinión personal sobre la que no viene a cuento abrir un debate.

Lo que a mí me preocupa es el tema de la teórica invariabilidad de la integridad de este tipo de átomos figurativos. Desde luego me parecen mucho más relevantes para la ciencia otros aspectos más peliagudos, como la fusión nuclear atómica de determinados isótopos del hidrógeno, sobre todo, porque los efectos que se pueden llegar a producir en este segundo caso son mucho más graves.

No quiere decir esto que lo que a mí me preocupa no sea grave, pero, afortunadamente, aún soy capaz de distinguir las diferentes magnitudes de uno y otro caso.
Y tampoco quiero utilizar esta reflexión para dar una interpretación particular e interesada de la célebre teoría de Einstein, algo que, por cierto, sucede con mucha frecuencia, dado el sugerente título del enunciado del famoso científico.

En general, gustan más los lunares que los electrones (menos a los físicos y a algún químico que otro), pero la tendencia más generalizada (de ahí su nombre) es relacionarlos con los astros más que con partículas tan diminutas y poco conocidas por la mayoría.
Podría ser, me dice un físico amigo, que el solitario electrón de la representación corporal del átomo de hidrógeno se desplazase alrededor de su órbita, con velocidad inversa al cuadrado de la diferencia de tamaño con el original, lo que tendría como resultado un movimiento extremadamente lento, manteniendo siempre pi como una constante fija para relacionar radio y circunferencia.

Esta constante, al igual que todas las demás presentes en el problema que nos ocupa, puede llegar a tener consecuencias importantes en el resultado final, pero no hay que confundir las constantes con la constancia, que es una virtud que escasea cuando el verano languidece. En esa época del año, los átomos de hidrógeno tienden a esconderse, tras unos excesos de exposición pública notables, cuyo objetivo indiscutible de mantener su privilegiado número atómico liderando a los demás elementos, suele estar asegurado.

Así que, recuperando la recién mencionada y muy valiosa virtud de la constancia, no nos queda otro remedio que no desfallecer de ella y seguir esperando, como decía el poeta, a que pase otro mes, otro año... y otro día. Todo llegará.

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