jueves, 4 de septiembre de 2014

Cuando nadie te ve

Aquí nos encontramos ante uno de los mayores errores de la humanidad: creer que cuando nadie nos ve, no nos ve nadie.
Sí, lo he escrito bien. Bueno, casi bien, porque para que el juego de palabras funcione es preciso dar un significado distinto al primer "nadie" con respecto al segundo. Y yo lo que quiero decir es que el hecho de que otros no nos vean no significa que no nos veamos nosotros mismos.

Hay personas que jamás se atreverían a hacer determinadas cosas en presencia de terceros. Cosas que, sin embargo, después cuentan a quien les interesa, cambiando lo sustancial para que merezcan un juicio generoso hacia sus intereses.
No me estoy refiriendo, claro está, a esas acciones que, careciendo de importancia y trascendencia para los demás, solo atañen a la intimidad del individuo que las realiza, sino a las que, por el contrario, provocan consecuencias (a veces graves) en los demás.
Ahora bien, sí son muy capaces de hacer otras que desean que sean vistas por algunos (aunque ignoradas por otros) y repetirlas, tantas veces como sea necesario... hasta el perfectamente calculado momento en el que, de antemano, tenían previsto dejar de hacerlo.

Las consecuencias de su enorme equivocación (la de creer que nadie les veía) suelen llegar mucho tiempo después. Porque si no siempre es fácil esconderse del ojo de los demás, hacerlo del propio es imposible... a menos que no se esté en posesión de un juicio sano, lo que, desde luego, no sucede en todos los casos.
Algunos trastornos mentales evitan ser conscientes de los actos cometidos y, en ocasiones, hasta de recordarlos. Pero no suele ser lo habitual. Lo normal es que el "yo orwelliano" que cada uno llevamos dentro nos vigile y acabe trasladándonos a nuestra particular "Habitación 101", de la que ya no podremos escapar.

Hay un ojo enorme... cósmico, que se encuentra alerta en nuestro interior y del que no puede evadirse quien traiciona la verdad y es desleal con la virtud. Es un ojo que nunca deja de estar allí. No está encima ni detrás. Esta dentro. Y a él no le puedes engañar.

Claro que también están los paripés. Una practica en la que suelen tener experiencia los que huyen de su propio ojo. Consiste en todo lo contrario: convertir a todos en testigos de lo que no existe, para refugiarse en la mentira y justificarse ante el mundo. Hoy, sin ir más lejos, es, casualmente, un buen momento para recordar este tipo de pantomimas. Ya me parecía que septiembre no era un mes muy apropiado para izar la bandera de la lealtad...

Así que no es necesario que ningún hermano mayor te vigile. Tú te vigilas, aún sin querer hacerlo. Recuerda que de nada sirve cerrar los ojos. La luna se cuela por cualquier rincón del alma, como un espejo eterno de tu conciencia en el que, tarde o temprano, acabarás mirándote.

Cuando nadie te vio, alguien te estaba viendo: tú.

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