jueves, 18 de septiembre de 2014

Tea time

La hora del té se complicó extraordinariamente con la mudanza a Brasil.
En los viejos tiempos, con Tintin y toda su parafernalia presente, bajo la atenta mirada del dragón negro, cuya sabiduría infinita impregnaba la estancia, no importaba esperar. Aunque hubiese que hacerlo durante días y días, algo que era muy frecuente.
Sin embargo, en Brasil todo era distinto. Las obras completas de Juan Ramón Jiménez parecían haberse perdido en el traslado y las persianas coloniales escondían el calor brasileño tras el radiofónico humo de los barcos y los giros de la enorme hélice cenital.
Apenas se encontraban restos de té. No era fácil entender lo que estaba sucediendo, pero alguien ya conocía el futuro. Dicen que hay quien lo lee en los posos del té. Y también se puede escribir con esos mismos posos, utilizándolos como base para la fabricación de una tinta indeleble, nada simpática, que se emplea para cierto tipo de tatuajes.
Ahora se ha avanzado mucho en eso de los tatuajes. Recuerdo cuando apenas los llevaban algunos marinos solitarios, de aquellos que frecuentaban el puerto de Cantabreda, porque los que regresaban a la playa de Lloret, como Jorge o Roque, no creo que los tuvieran.
Sin embargo, hoy los tatuajes están a la orden del día. Tanto se ha abusado de ellos que el nuevo y rentable negocio que se está creando a su alrededor es el de eliminarlos, ya sea con láser o mediante otros métodos más drásticos.  
Los dragones, por ejemplo, se eliminan mucho desde hace una década.

El té y los tatuajes están más relacionados entre sí de lo que la mayoría de la gente cree. En especial, gracias al último grito (nunca mejor dicho) de esta técnica (que, en realidad, no es tan nueva, pese a que muy poca gente la conoce). Está reservada para los iniciados y es tan peligrosa que requiere gran pericia por parte de quien la ejecuta y un considerable arrojo para someterse a ella. Claro que los miembros de esa secta (Secret Tattoo) saben muy bien cómo hacerlo sin correr riesgos innecesarios. Por el contrario, si alguien que carezca de la preparación necesaria lo intenta, es muy probable que tenga fatales consecuencias para su integridad física y, sobre todo, moral.
Consiste, básicamente, en tatuarse no la piel (la epidermis), sino el pericardio. Los diseños más frecuentes suelen ser serpientes de dos cabezas asomando por las cuencas de los ojos de una calavera... o colmillos de vampiro con restos de té rojo en las comisuras de unos labios que dibujan una dulce sonrisa. 

Todo esto me vino a la memoria al ver una excelente ilustración de mi amigo Tito Muñoz que explicaba, de forma visual y sin necesidad de utilizar palabra alguna, las dificultades que presenta el té en Brasil. Dificultades que se convierten en algo peor si la marca utilizada es "Asterisco (*)", dado que esa marca no existe en la realidad y solo es fruto de la imaginación de un autor de Moguer. 
Es bien cierto que hay quien defiende el té imaginario frente al real, asegurando que tiene mejor sabor, en especial cuando se sirve con una nube de leche y se hace estando, también, en las nubes. Puede que tengan razón, pues es de sobra sabido que casi todo lo imaginario suele superar en calidad, belleza y felicidad a lo real... con algunas notables excepciones, eso sí. Pero entre ellas no se cuentan los tés posbrasileños y menos los inducidos ulteriores. 


Un buen té necesita tiempo. Y algo más que simpatía, como bien dijo Janis Ian.

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