viernes, 12 de septiembre de 2014

Shangrilá

En la uruguaya Ciudad de la Costa existe un barrio que se llama Shangrilá. El nombre es el acrónimo de Sociedad Hipotecaria Administradora de Negocios Generales Rentas Inversiones Locaciones Anónima, que es como se llamó la empresa que desarrolló este acogedor balneario residencial, próximo a Montevideo.
Pues bien, en este tranquilo lugar, en el que residen muchos artistas que quieren estar lo suficientemente alejados de la gran ciudad, existe una calle llamada Avenida de Brasil. Es una calle amplia, aunque apenas tiene tráfico y en ella se encuentra una de las más bonitas esquinas que podamos imaginar. No recuerdo su emplazamiento exacto, pero sí las tupidas madreselvas que la envuelven, creando una atmósfera espesa y feraz, rodeada por un olor dulce y profundo, que se acentúa con la brisa marina y proporciona a ese florido rincón, sureño y oriental, un ambiente de rima de Bécquer, aunque sin balcón.
Tras la alta valla por la que trepan las madreselvas hay un jardín, del que su pieza más notoria es una hamaca paraguaya, estratégicamente colgada en la zona más umbría, junto al porche. Dentro de la casa, una habitación acogedora y amplia, en la que abunda la madera, está permanentemente bajo el benefactor efecto de un gran ventilador de techo que parece la hélice de un viejo avión, ya cansado de intentar despegar, sin ser capaz de levantar el vuelo.

En Shangrilá también hay una Avenida del Uruguay. Y otra de Venezuela... pero, claro, yo prefiero la de Brasil. Sobre todo, por el intenso aroma de las madreselvas de aquella esquina tan especial. Un aroma imposible de olvidar por mucho que los fabricantes de perfumes se empeñen en cambiar las fragancias originales.
El peligro de las madreselvas está en sus frutos, unas bayas rojizas y tóxicas, con aspecto atractivo y muy malas consecuencias para quien cae en la más que frecuente tentación de probarlas.

Los habitantes de la casa de la esquina son una joven madre y su hijo. Ella enseña arte en una escuela de Montevideo y vive, entre la tristeza y la serenidad, con una eterna sonrisa soñadora en sus labios y el recuerdo de un futuro que, tal vez, nunca llegue. 
A mí me parece que está envuelta en una tibia aureola de suave ternura que, sin que ella lo sepa, la hace feliz. Sin embargo, en más de una ocasión ha tenido sus manos llenas de los rojos frutos que fueron flores de tonalidades malvas en la temprana primavera...

Pero casi todo lo que estoy contando es falso. Las flores no son madreselvas, sino buganvillas y hortensias, mucho más propias del continente americano. También bellas, desde luego, pero bien diferentes a las madreselvas, que no dejan de ser un arbusto europeo. Lo que sí es cierto es lo de la esquina. Las esquinas bellas del mundo vuelan por enciman de los sueños y mezclan recuerdos, sentimientos, ciudades y continentes... como la calle del Lucero, que con su sugestivo nombre apunta hacia el océano, como si quisiera cruzarlo con una imaginaria embarcación en la que el puente estaría presidido por una hamaca paraguaya y la proa repleta de buganvillas (o, quizás, de madreselvas).

Shangrilá es el barrio de los sueños nunca soñados, el barrio en el que los niños juegan al fútbol junto a esas mismas esquinas en las que sus madres fingen callar, mientras no dejan de hablar al viento con sus miradas y con sus tristes y dulces sonrisas.

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