viernes, 5 de septiembre de 2014

Vísperas

Puede que se hubiese evitado con una oración vespertina, pero no es probable. Sobre todo, si tenemos en cuenta el precedente de las sicilianas en 1282, dado que, en esta ocasión Francia y alguna isla del Mediterráneo también habían intervenido.

Como en aquel histórico suceso, cuando las campanas llamaban a vísperas todo estaba ya decidido y preparado de antemano. La conexión entre la armada menorquina y el pequeño puerto ballenero del sudoeste francés había funcionado a la perfección para ratificar el cruel y sofisticado plan que se había venido urdiendo durante las semanas anteriores.
Esta vez no había guarnición francesa que aniquilar ni espíritu patriótico que reivindicar. Tan solo se trataba de una causa mezquina y económica por la que se presumía conveniente sacrificar la lealtad y la razón. Un episodio que no hubiese merecido, desde luego, un homenaje musical por parte de Verdi.
Aquella tarde las campanas doblaron con especial tristeza en Palermo y, más de siete siglos después, volvieron a hacerlo de nuevo. El hombre no aprende... nunca espera la traición.

Claro que la verdad es que ya no sabemos si son peores las vísperas o los maitines. Hasta son difíciles de distinguir de unos años a esta parte. Hace ya una década (nada prodigiosa, por cierto) y poco ha cambiado. Resulta, cuando menos curioso. De no ser que se acepte, definitivamente, el papel fundamental que la soberbia juega en el comportamiento humano.
Cuando uno se equivoca, debe rectificar, no pasa nada. ¿Parece sencillo, verdad? Pues no lo es. El soberbio siempre piensa que su desmedido orgullo está justificado, que si rectifica reconocerá una actitud culpable con cuyas consecuencias no está dispuesto a cargar. Pero eso ocurre porque el soberbio piensa que se le va a pagar con su misma moneda, sin darse cuenta de que está muy equivocado. Hay quien perdona con mucha facilidad. Y algunos, además, lo demuestran.

Otra cosa es que nos empeñemos en confundir literatura con realidad o que tengamos el coeficiente de humildad tan por los suelos que nos cueste hasta decir lo que, en realidad, sentimos y sabemos.

Las campanas parecen tañer más melancólicas en esta tarde de septiembre, anunciando unas vísperas en las que conviene rezar a cuantos dioses se conozcan para que no amanezca el día siguiente, para que la noche de la fe sea eterna y la terrible luz de la deslealtad no nos deje ciegos e incrédulos por la mañana. Aunque (como nunca dijo Don Quijote a su escudero), cosas veredes que farán fablar las piedras...
Y, sin duda, se vieron. Y las piedras y las esfinges hablaron, pese a que ahora callen, pertinaces.

Cuando, mientras escuchamos el acompasado y lúgubre sonido premonitorio de las campanas, nos preguntamos el porqué de su silencio, acabamos llegando a la conclusión de que lo hacen porque se equivocan. Creen que van a entrar en una ácida polémica , sin saber que las enseñanzas del fraile belmonteño llegaron no solo a Salamanca, sino a cuantos desean la paz y desprecian la venganza, algo que, quizás, el orgulloso desconoce. Como también ignora que la vida no es más que una órbita elíptica por la que se mueven los astros y los sentimientos.


¿No escucháis las campanas? Llaman a vísperas. En Palermo, en Sicilia... en el alma.

No hay comentarios: