domingo, 31 de agosto de 2014

Rupes nigra

Et altissima, como escribió Mercator en su carta geográfica del Polo Norte.
Durante mucho tiempo se consideró como la única explicación, más o menos lógica, al hecho de que las agujas de las brújulas señalasen siempre en la misma dirección.
Parecía posible que una gran roca imantada, de una inmensa potencia, estuviese situada en extremo norte del planeta. Muchos lo creyeron así y, en cualquier caso, como nadie había sido capaz de llegar hasta allí, no era fácil refutarlo de forma categórica. 

Mercator (Kremer era su apellido real, sin latinizar) pensaba, como tantos otros, que debía tener una enorme altitud (una especie de gigantesca antena magnética) para que su alcance pudiera llegar a distancias tan lejanas. Lo que ya no tengo tan claro es por qué tenía que ser negra, pero me gusta que esta isla fantástica sea de ese color.

Yo he escrito "nigra" con minúscula, porque así lo hizo él en su mapa, lo que nos sugiere un nombre común (una roca negra y altísima), pero es frecuente ver escrita su denominación como si de un nombre propio se tratase (Rupes Nigra), por lo que ruego a mis lectores que no se extrañen si en este artículo utilizo ambas ortografías, en función de que me refiera a la célebre e imaginaria piedra en un sentido o en otro.

A lo que voy es a que hay muchas similares por ahí. Unas son negras, otras blancas y también las hay de color canela claro, pero eso no es importante. Lo fundamental es que una rupes nigra atrae. Y, además, es fundamental que esté envuelta en una cierta leyenda que la abstraiga del mundo real y conocido que la rodea. Si es alta, mejor (aunque tampoco es imprescindible).

La gente habla de ellas sin conocerlas, solo por referencias, pero, de tanto aparecer en conversaciones y escritos, llegan a tomar carta de naturaleza. Y si el mercator del momento las pone en el mapa, aún más.

Son peligrosas (ya nos lo adelantaron Verne y Poe en sus libros) y no cabe duda de que cuando, como la descrita por el novelista francés, tienen forma de esfinge, impresionan.
La roca que Verne llamó Esfinge de los Hielos era como la Rupes Nigra, pero en la Antártida. Con un poder de atracción letal que llegaba a arrancar los hierros de los cascos de madera de los barcos... para destruirlos sin remedio. Pym y Dirk Peters perdieron en ella la vida, atrapados por su irresistible imán. Una historia que a mí me recuerda mucho a la de las moscas y el panal de rica miel de Samaniego.

Conviene, por tanto, mantenerse alejado de cualquier rupes nigra de la que oigamos hablar.  Y debemos tener muy en cuenta que no siempre están en los polos. Las hay por todas partes y aparecen cuando menos las esperas, si bien es cierto que el ambiente suele congelarse con su proximidad.
En el grabado de Mercator aparece rodeada de cuatro pequeños continentes, muy similares en forma y tamaño. 
El magnetismo de Rupes Nigra es potentísimo y poco saludable, algo bien conocido por los marinos de todas las latitudes, quienes siempre trataron de evitar aquellos océanos procelosos y helados. Hacían bien. Claro que si alguno se aventuraba... no volvía para contarlo. De ahí que se hayan forjado tantas leyendas a su alrededor.

Son muchos los nombres que brotan en nuestra mente cuando mencionamos a Rupes Nigra: Inventio Fortunata, Insula Magnetu, Olaus Magnus, Jacobus Cnoyen... y otros con nombres españoles, catalanes o italianos que prefieren conservar su anonimato. Todos ellos nos recuerdan los riesgos que para los "humanos corazones" (vuelvo a citar a Samaniego) tiene caer bajo las influencias de campos magnéticos incontrolados. 
Como el de Rupes Nigra, también llamada (tal vez más apropiadamente) Black Precipice.

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