jueves, 7 de agosto de 2014

La martingala inversa

Todos los aficionados al juego de la ruleta conocen la martingala. Y la inversa. Son técnicas infalibles para ganar a la banca... que suelen fallar siempre.
Y es que, como tantas otras cosas en la vida que, teóricamente, son perfectas, precisan de unas determinadas circunstancias que, en la realidad, nunca se dan.

También hay quien traslada este método a las inversiones en bolsa y, claro, si en la ruleta es difícil que funcione, en el mundo bursátil, sujeto a muchas más variantes imprevistas que el de los casinos, es del todo imposible.

Los tres principales problemas de la martingala son que se precisa de un capital ilimitado, que no son eficaces si existe un límite máximo en las apuestas y que, incluso en el caso de que el resultado sea favorable, hay que arriesgar mucho para obtener un beneficio mínimo.

Pero todos sabemos que nunca falta quien está dispuesto a llevar su egoísta tozudez hasta límites insospechados. Puede que quienes hacen esto hayan sido jugadores de fortuna, habituados al éxito en todas las salas de juego por las que han pasado y que, cegados por su triunfante historial, no hayan comprendido que la suerte eterna no existe. O que no es lo mismo jugar contra unos que contra otros.
Recuerdo que cuando gané el Campeonato Mundial de Cara o Cruz en Aravaca, hace ya muchos años, decidí, tras el afortunado vuelo de aquella moneda que me otorgó el triunfo, no volver a poner en juego mi título. Esa sabia decisión me ha permitido mantener en vigor mi campeonato durante más tiempo que el récord olímpico de Bob Beamon.
Sin embargo, no todos son tan precavidos. Sin ir más lejos, debemos ser conscientes de que las martingalas son muy peligrosas en el terreno de las emociones.
Parece ser que hay quien piensa que el verano es propicio para este tipo de juegos tan arriesgados. Y los juegan, por igual, entre las almenas de una muralla, en alta mar... o en la calle de Alcalá, pongamos por ejemplo. 

En estos casos, la martingala inversa puede actuar como un bumerán (siempre me ha gustado más escribir boomerang, pero la RAE se ha empeñado en llevarme la contraria). Como un bumerán bien lanzado, eso sí, porque yo nunca he conseguido que vuelva a mis manos tras hacerlo volar por el aire.
Y cuando alguien arroja la martingala inversa sobre ti suele hacerlo en el peor momento, en el que más daño se produce. Esto no debería ser sorprendente, porque bumeranes, flechas, cuchillos e, incluso, bombas atómicas, suelen descargarse sobre el objetivo cuando más desprevenida está la parte contraria. Y si la parte contraria ni siquiera es contraria, pues mucho mejor.

Ahora bien, la martingala inversa suele ser fiel a su apellido y es probable que quien la utiliza sin piedad acabe como pronosticaba el contramaestre Roque y sea víctima de su propia andanada de babor.
Porque en el campo de los sentimientos, los problemas de la martingala se agudizan: el capital nunca es ilimitado, hay un límite máximo en lo que se puede apostar... y hay que arriesgar demasiado para obtener un beneficio mínimo.

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