sábado, 30 de agosto de 2014

Out of the past

Regresar al pasado es un ejercicio peligroso para quienes han querido huir de él como de la peste. Por el contrario, quienes no renuncian a nada de lo que han vivido, convencidos de que una vida no puede ni debe editarse en una moviola mental, son mucho más felices que los primeros y evitan el desagradable trance de morir parcialmente antes de tiempo.

Dicen que la muerte está tan segura de su victoria que nos da toda una vida de ventaja. Pues bien, renunciar a una parte de esa siempre exigua ventaja es, además de un disparate, renegar de nosotros mismos para sumirnos en un pozo tan negro como absurdo.

Solo los muy bien dotados por la madre naturaleza (o los que han dedicado muchos años a entrenarse a conciencia en el arte de la deslealtad más completa) son capaces de olvidar su pasado real y reconstruirlo a su antojo.
Sin embargo, quienes así se comportan, viven constantemente bajo la amenaza de la verdad, con la que pueden encontrarse cualquier mañana delante de su coche cuando van al trabajo o, incluso, saliendo de un pequeño supermercado en un pueblecito marinero. Nada es seguro para ellos. Una calle, una ciudad, una carta, un libro, unas notas musicales que escapan, inoportunas, por la radio... cualquier cosa puede convertirse en un trastorno del espíritu, por muy templado que se tenga el ánimo.

Una teoría, aceptada con frecuencia como cierta por los expertos, asegura que el pasado siempre vuelve, que no es posible librarse de él. 
Jeff Marham (o Bailey) es, por ejemplo, una buena prueba de ello. Claro que él tuvo mala suerte, porque no todos se topan con Kathie Moffett y sus besos de propaganda. Lo digo porque hay mujeres malas, muy malas... y luego está Kathie Moffett.

A mí, como a él, me gusta la calma de Bridgeport. Y desayunar a diario en el Marny's Cafe, desde luego. Pero Jeff no tuvo éxito en su intento de olvidar Acapulco. Ni aquel local llamado La Mar Azul, frente a la Cantina La Guerreo y el Cine Pico, en el que pasó tantas tardes esperando.
Su propio pasado le arrastró hacia la fatalidad desde el plácido lago en el que, cada mañana, trataba de pescar un poco de paz. 

Pero no estoy hablando de personas como Jeff... ni siquiera de gente sin escrúpulos como Whit Sterling, sino de algo muy diferente, mucho peor.

Cada vez que veo la gran película de Jacques Tourneur, pienso en lo difícil que debe ser la vida para quien la vive instalado en la maldad. Y, sobre todo, lo cansado que es.
Me recuerda mucho a la idea que tenía Guillermo Brown de Guy Fawkes: con el embozo constantemente puesto y sin apenas poder respirar para conspirar en todo momento (por cierto, me gustaría mucho conocer los versos originales en inglés, aunque dudo que superen a la genial traducción española del asturiano Guillermo López Hipkiss).
El caso es que, de una forma u otra, y ya sea en inglés o en español, estar siempre conspirando y traicionando a unos y a otros tiene que ser agotador.
Aunque no se llegue al nivel de Kathie Moffett... que hay quien llega.

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