jueves, 10 de abril de 2014

Yo tuve un jardín

Sí, yo tuve un jardín. Hace mucho tiempo ya de eso, claro. No era una granja en África, como la de Isak Dinesen, pero también me dio la oportunidad de volar sobre nubes emplumadas y lagos teñidos de rosa.

Era un jardín lleno de sueños, de fuentes, de flores, de luz y de sombras.
Lo malo fue que la mayoría de esos sueños se hicieron realidad, con lo que dejaron de ser sueños.
Pese a todo, yo me esforcé por conservar ese jardín, saliendo con frecuencia de una magnífica realidad para volver a rodearme de lo imposible que, como todos los poetas saben, parece lo único que merece la pena.
Bueno, no lo único, porque la tristeza es, igualmente, muy atractiva.

En aquel jardín siempre sonaba el intermedio de Cavalleria Rusticana y jamás dejaban de colgar las lilas de la vieja pérgola. La primavera era eterna y la luna brillaba cada noche en cuarto creciente. Era un bonito jardín.

Pasaba días enteros en él. Era difícil dormir o comer cuando estabas allí. El mundo no se podía ver, aunque sí se oía su rumor tras la alta valla que protegía cuanto en el jardín crecía, ajeno a las amenazas exteriores.
De vez en cuando, un sueño se hacía realidad y, entonces, una de las plantas moría o una fuente se secaba. Yo luchaba por recuperarlas, pero no era capaz de conseguirlo en todas las ocasiones... las náyades solían impedirlo al caer la tarde.

Unos versos de Homero, grabados bajo el busto de una Afrodita de blanco mármol, aseguraban que no había jardín más bello que el de los Campos Elíseos, aquel en el que los espíritus inmortales de los guerreros heroicos disfrutaban de una eternidad dichosa, entre verdes y floridos paisajes. Así era mi jardín, como un pequeño rincón de las inmensas llanuras eliseanas, alcanzadas por el mitológico rayo de la felicidad.

Tras muchas décadas que, unas veces parecieron siglos y, otras, minutos, todos los sueños se convirtieron en realidad.
Así, el jardín, cuyo principal alimento había dejado de existir, desapareció bajo el peso del tiempo. Mustios hierbajos crecieron, rebeldes y espinosos, entre los restos de las nobles piedras milenarias, esas que fueron traídas desde Éfeso y Cartago en épocas inmemoriales. Los reptiles anidaron bajo las destruidas ánforas que antaño guardaron néctares de Arcadia y esencias de violetas del monte Parnaso, destiladas por las mismas musas que regaran mi jardín con el agua sagrada de la fuente Castalia.


Hoy, el jardín ha renacido, arrinconada la realidad por el silencio. Las lilas flotan, de nuevo, en el aire de los sueños y todo lo bello, afortunadamente, vuelve a ser imposible.

1 comentario:

Jose-Luis Guijarro dijo...

Lo he leído en un momento absurdamente difícil de mi existencia.


Con tu permiso (y sin él, porque en ese jardín lo que es y lo que no es es y no es) me he metido dentro de él y he comprendido que cuanto más imposible, más brillante son la flores de los sueños.


Gracias, Paco. Por enseñarme tu jardín.