jueves, 3 de abril de 2014

Mala Estrella

Hoy es un buen día para hablar de Mala Estrella.
Dicen los estudiosos del período Fuencarralensis que en aquella remota etapa de la humanidad, desconocida para muchos pero de enorme relevancia para la vida moderna, un personaje destacó singularmente por encima del resto.
Su paradigmática mala suerte conformó el nombre por el que fue conocido durante generaciones: Mala Estrella.
Sin embargo, esa mala suerte (tan extraordinaria que llegó a convertirse en leyenda popular) no fue obstáculo para una vida sorprendentemente activa y singular, que se elevó por encima de la vulgaridad de un mundo adocenado y romo.

Siempre adelantado a su tiempo, Mala Estrella fue precursor de modas y tendencias. Gran hechicero, asombró a propios y extraños con sus grandes conocimientos de esoterismo y ciencias ocultas.
El negro fue siempre su color. Su bandera era negra; negra su ropa y sus gafas (hoy, curiosamente, tan de moda entre la gente que se autoconsidera cool); la magia negra nunca tuvo secretos para él; negra fue su suerte... y hasta fue uno de los creadores del celebérrimo Archipiélago Negro, que tantas satisfacciones dio a los lectores de relatos de aventuras de la época.

Manejó el revolver con precisión y eficacia asombrosas (en especial en su frecuente papel de Pack Manigam) y las grandes navajas parecían inventadas para desenvolverse con soltura entre sus manos.
Fue el terror de villanos y rufianes, quienes tenían como costumbre huir despavoridos ante la mera posibilidad de su presencia.
Tampoco fue santo de la devoción de determinados personajes femeninos que vieron en sus facultades y actitud vital (basada en desenmascarar la habitual falsidia humana) una seria amenaza para sus turbios manejos y un permanente riesgo para sus ambiciones sin escrúpulos. Solo la malograda Electra (cuyo destino fatal tanto se identificó con el de Mala Estrella) le profesó siempre un cariño sincero, tierno y especial.

Mala Estrella fue un escritor genial. Destacó en todos los géneros. Desde las narraciones terroríficas hasta los hilarantes sainetes cómicos, escritos en verso, entre los que debemos nombrar dos inolvidables: "Una mesnada colérica o Colón descubre América" y "La rendición de Granada o maldición y fabada".
De su poesía satírica, hay que señalar, por encima de sus otras obras, la insuperable oda "Antonio Pirala" y la "Elegía del guateque".
Ya en prosa, su pieza teatral "La tarde o Satán os guarde" es digna de ser recordada, si bien su trabajo como novelista fue el más intenso. A las muchas novelas escritas para la serie de aventuras "El Archipiélago Negro", hay que añadir un buen número de títulos con un contenido de profunda crítica social, siempre escritos con una personalísima mezcla de humor y lirismo épico. Mis dos favoritos son "Los diletantes" y "El Vu-dú contra el Ye-yé", en las que la genial descripción de personajes y situaciones, unida a la terrible y patética conclusión sobre la condición humana que de ambas novelas se desprende, dejan en el lector ese sempiterno sabor agridulce que solo producen las grandes obras cumbres de la literatura universal.

Pero, en realidad, por lo que más destacó Mala Estrella fue por su sentido bohemio de la vida, llevado a las últimas consecuencias, pese a no ser muchas veces favorables a sus intereses personales.
Vicepresidente vitalicio de Taiwan Bird, la gran sociedad bohemia del siglo XX, fue uno de los padres de su Carta Magna y participó en la elaboración de todos sus escritos políticos y filosóficos, incluyendo "El Tribunal" y "La conducción de las masas", los dos grandes textos que, junto a "La Ley del Embudo" y "La Escala del Dragón", conforman la sustancia fundamental de la sociedad regida por el Gran Tribunal del Dragón, del que Mala Estrella siempre fue miembro permanente.

Sí, hoy que Mala Estrella cumple doscientos o trescientos años, es un buen día para hablar de él.
Y si al leer este homenaje a su recuerdo sienten un leve temblor supersticioso sus empequeñecidos enemigos históricos, acobardados ante esta breve y muy resumida relación de los hechos de quien fuera eterno adversario de la hipocresía, peor para ellos.
Que levanten el vuelo esas aves de orgullo pasajero y trashumante... o que vuelvan a posarse, con humildad, sobre la torre de la verdad, esa que defiende el leal castillo que nunca debieron abandonar persiguiendo efímeros intereses materiales que hoy ya son un amargo recuerdo. Todavía están a tiempo.

¡Viva la bohemia!

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