lunes, 7 de abril de 2014

Decíamos ayer...

Mi admiración por Fray Luis de León va mucho más allá de su condición de natural de Belmonte, aunque esta circunstancia ya dice mucho en su favor, teniendo en cuenta que de la hidalga villa conquense también fueron hijos ilustres San Juan del Castillo y don Juan Pacheco, primer marqués de Villena, y que fue vecina ilustre de Belmonte la emperatriz de Francia, Eugenia de Montijo, quien, tras la muerte de Napoleón III, vivió en el castillo de su propiedad, sin duda uno de los más bellos y mejor conservados de España.

Pero, como digo, no es el lugar de su nacimiento lo que más me gusta del ilustre escritor agustino, uno de los más importantes humanistas del renacimiento español. Y tampoco lo es el hecho de que su muerte acaeciera nada menos que en Madrigal de las Altas Torres, la noble localidad abulense en la que vino al mundo Isabel la Católica. Ni su dilatada y magistral actividad poética, filosófica y docente en la universitaria Salamanca.
Me gusta (¡cómo no!) su poesía (muy especialmente su "Oda a la vida retirada"), pero lo que más me fascina de su personalidad es la que podríamos llamar gran anécdota de su vida y que, en realidad, es una de las más importantes enseñanzas morales que se han ofrecido a la humanidad, con la virtud añadida de estar condensada en tan solo dos palabras, que llevan ya cerca de cinco siglos instaladas entre las citas más conocidas de la sabiduría popular.

Como todos bien sabemos, Fray Luis estuvo más de dos años encarcelado injustamente como consecuencia de una denuncia envidiosa. Los versos que dejó escritos en la pared de su celda son una décima que cualquier poeta desearía haber escrito:

Aquí la envidia y mentira
me tuvieron encerrado.
¡Dichoso el humilde estado
del sabio que se retira
de aqueste mundo malvado
y, con pobre mesa y casa,
en el campo deleitoso,
con solo Dios se compasa
y a solas su vida pasa
ni envidiado, ni envidioso!

Y es que, tanto en sus tiempos como en nuestros días, es muy peligroso destacar en algo. La envidia, la calumnia, la difamación, la falsedad y la traición suelen rodear y perseguir a quien en algo sobresale, ya sea en una personal interpretación del Cantar de los Cantares o en cualquier otro campo.
Se puede perdonar a quien te ofende, pero la soberbia humana es tan grande que rara vez se perdona a quien te ayuda.

Recuerdo que a un amigo le pasó algo parecido. Fue denunciado por quien solo le debía gratitud ante la moderna inquisición, utilizando viles y rastreros argumentos falsos (urdidos por un cómplice necesario a quien la fortuna estaba favoreciendo, transitoriamente, tras un largo historial rufianesco como tramposo sin escrúpulos). Quien solo le debía gratitud no dudó en, tras un intento de chantaje, presentar su interesada y pérfida denuncia, olvidando todo lo que ya no interesaba recordar a su desordenada ambición.
Hasta seis inquisidores distintos dieron la razón a mi amigo, de forma categórica, pese a la disparatada y perversa insistencia de quien solo le debía gratitud.
Como es fácil de entender, mi amigo pasó por muy lamentables e injustas penurias. Las peores fueron, con mucho, las anímicas (al verse traicionado, con tanta maldad, por quien solo le debía gratitud).
Pero mi amigo también era seguidor de las doctrinas de Fray Luis y, pese a haber sido invitado por la propia moderna inquisición a ejercer su derecho de desagravio, ante la contrastada falsedad de quien le denunció, cuya actuación quedó desenmascarada (y puestas en evidencia las verdaderas y egoístas causas de su actuación), renunció a emprender actuación alguna contra quien solo le debía gratitud.

El ejemplo de mi amigo es tan solo uno más de los muchos que se siguen produciendo en un mundo dominado por la envidia y, sobre todo, por el interés material, dejando, con frecuencia, relegado el honor a las últimas posiciones de una muy maltrecha escala de valores, en la que quienes, como en el caso de mi amigo, solo deben gratitud, pagan, a veces, con deslealtad.

Por eso,lo mejor es seguir las enseñanzas del erudito fraile de Belmonte y empezar, de nuevo, con sus ya eternas palabras: "Decíamos ayer...".

No hay comentarios: